Santo Evangelio y Lecturas del Día

Lectura del IV domingo de Pascua

Hoy, domingo, 21 de abril de 2024

Señor, purifica mi corazón para que tu Palabra caiga en él y de el ciento por uno

Primera lectura

Lectura de los Hechos de los Apóstoles

Hch 4, 8-12

En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29.
R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R.

Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R.

Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
Tu eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. R.

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan

1 Jn 3, 1-2

Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.

Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Palabra de Dios

Aleluya Jn 10, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el Buen Pastor – dice el Señor -,
que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio según San Juan 

Jn 10, 11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.

Palabra del Señor

COMENTARIO POR BENEDICTO XVI

Venerados hermanos,
queridos ordenandos,
queridos hermanos y hermanas:

La tradición romana de celebrar las ordenaciones sacerdotales en este IV domingo de Pascua, el domingo «del Buen Pastor», contiene una gran riqueza de significado, ligada a la convergencia entre la Palabra de Dios, el rito litúrgico y el tiempo pascual en que se sitúa. En particular, la figura del pastor, tan relevante en la Sagrada Escritura y naturalmente muy importante para la definición del sacerdote, adquiere su plena verdad y claridad en el rostro de Cristo, en la luz del misterio de su muerte y resurrección. De esta riqueza también vosotros, queridos ordenandos, podéis siempre beber, cada día de vuestra vida, y así vuestro sacerdocio se renovará continuamente.

Este año el pasaje evangélico es el central del capítulo 10 de san Juan y comienza precisamente con la afirmación de Jesús: «Yo soy el buen pastor», a la que sigue enseguida la primera característica fundamental: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). He ahí que se nos conduce inmediatamente al centro, al culmen de la revelación de Dios como pastor de su pueblo; este centro y culmen es Jesús, precisamente Jesús que muere en la cruz y resucita del sepulcro al tercer día, resucita con toda su humanidad, y de este modo nos involucra, a cada hombre, en su paso de la muerte a la vida. Este acontecimiento —la Pascua de Cristo—, en el que se realiza plena y definitivamente la obra pastoral de Dios, es un acontecimiento sacrificial: por ello el Buen Pastor y el Sumo Sacerdote coinciden en la persona de Jesús que ha dado la vida por nosotros.

Pero observemos brevemente también las primeras dos lecturas y el salmo responsorial (Sal 118). El pasaje de los Hechos de los Apóstoles (4, 8-12) nos presenta el testimonio de san Pedro ante los jefes del pueblo y los ancianos de Jerusalén, después de la prodigiosa curación del paralítico. Pedro afirma con gran franqueza: «Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular»; y añade: «No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (vv. 11-12).

El Apóstol interpreta después, a la luz del misterio pascual de Cristo, el Salmo 118, en el que el orante da gracias a Dios que ha respondido a su grito de auxilio y lo ha puesto a salvo. Dice este Salmo: «La piedra que desecharon los arquitectos / es ahora la piedra angular. / Es el Señor quien lo ha hecho, / ha sido un milagro patente» (Sal 118, 22-23). Jesús vivió precisamente esta experiencia de ser desechado por los jefes de su pueblo y rehabilitado por Dios, puesto como fundamento de un nuevo templo, de un nuevo pueblo que alabará al Señor con frutos de justicia (cfr. Mt 21, 42-43). Por lo tanto la primera lectura y el salmo responsorial, que es el mismo Salmo 118, aluden fuertemente al contexto pascual, y con esta imagen de la piedra desechada y restablecida atraen nuestra mirada hacia Jesús muerto y resucitado.

La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de Juan (3,1-2), nos habla en cambio del fruto de la Pascua de Cristo: el hecho de habernos convertido en hijos de Dios. En las palabras de san Juan se oye de nuevo todo el estupor por este don: no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que «lo somos realmente» (v. 1). En efecto, la condición filial del hombre es fruto de la obra salvífica de Jesús: con su encarnación, con su muerte y resurrección, y con el don del Espíritu Santo, él introdujo al hombre en una relación nueva con Dios, su propia relación con el Padre. Por ello Jesús resucitado dice: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» (Jn 20, 17). Es una relación ya plenamente real, pero que aún no se ha manifestado plenamente: lo será al final, cuando —si Dios lo quiere— podremos ver su rostro tal cual es (cfr. v. 2).

Queridos ordenandos: ¡es allí a donde nos quiere conducir el Buen Pastor! Es allí a donde el sacerdote está llamado a conducir a los fieles a él encomendados: a la vida verdadera, la vida «en abundancia» (Jn 10, 10). Volvamos al Evangelio, y a la palabra del pastor. «El buen pastor da su vida por la ovejas» (Jn 10, 11). Jesús insiste en esta característica esencial del verdadero pastor que es él mismo: «dar la propia vida». Lo repite tres veces, y al final concluye diciendo: «Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17-18). Este es claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió. La figura bíblica del rey-pastor, que comprende principalmente la tarea de regir el pueblo de Dios, de mantenerlo unido y guiarlo, toda esta función real se realiza plenamente en Jesucristo en la dimensión sacrificial, en el ofrecimiento de la vida. En una palabra, se realiza en el misterio de la cruz, esto es, en el acto supremo de humildad y de amor oblativo. Dice el abad Teodoro Studita: «Por medio de la cruz nosotros, ovejas de Cristo, hemos sido reunidos en un único redil y destinados a las eternas moradas» (Discurso sobre la adoración de la cruz: PG 99, 699).

En esta perspectiva se orientan las fórmulas del Rito de ordenación de presbíteros, que estamos celebrando. Por ejemplo, entre las preguntas relativas a los «compromisos de los elegidos», la última, que tiene un carácter culminante y de alguna forma sintética, dice así: «¿Queréis uniros cada vez más estrechamente a Cristo, sumo sacerdote, quien se ofreció al Padre como víctima pura por nosotros, y consagraros a Dios junto a él para la salvación de todos los hombres?». El sacerdote es, de hecho, quien es introducido de un modo singular en el misterio del sacrificio de Cristo, con una unión personal a él, para prolongar su misión salvífica. Esta unión, que tiene lugar gracias al sacramento del Orden, pide hacerse «cada vez más estrecha» por la generosa correspondencia del sacerdote mismo. Por esto, queridos ordenandos, dentro de poco responderéis a esta pregunta diciendo: «Sí, quiero, con la gracia de Dios». Sucesivamente, en el momento de la unción crismal, el celebrante dice: «Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio». Y después, en la entrega del pan y el vino: «Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios en el sacrificio eucarístico. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo Señor». Resalta con fuerza que, para el sacerdote, celebrar cada día la santa misa no significa proceder a una función ritual, sino cumplir una misión que involucra entera y profundamente la existencia, en comunión con Cristo resucitado quien, en su Iglesia, sigue realizando el sacrificio redentor.

Esta dimensión eucarística-sacrificial es inseparable de la dimensión pastoral y constituye su núcleo de verdad y de fuerza salvífica, del que depende la eficacia de toda actividad. Naturalmente no hablamos sólo de la eficacia en el plano psicológico o social, sino de la fecundidad vital de la presencia de Dios al nivel humano profundo. La predicación misma, las obras, los gestos de distinto tipo que la Iglesia realiza con sus múltiples iniciativas, perderían su fecundidad salvífica si decayera la celebración del sacrificio de Cristo. Y esta se encomienda a los sacerdotes ordenados. En efecto, el presbítero está llamado a vivir en sí mismo lo que experimentó Jesús en primera persona, esto es, entregarse plenamente a la predicación y a la sanación del hombre de todo mal de cuerpo y espíritu, y después, al final, resumir todo en el gesto supremo de «dar la vida» por los hombres, gesto que halla su expresión sacramental en la Eucaristía, memorial perpetuo de la Pascua de Jesús. Es sólo a través de esta «puerta» del sacrificio pascual por donde los hombres y las mujeres de todo tiempo y lugar pueden entrar a la vida eterna; es a través de esta «vía santa» como pueden cumplir el éxodo que les conduce a la «tierra prometida» de la verdadera libertad, a las «verdes praderas» de la paz y de la alegría sin fin (cf. Jn 10, 7. 9; Sal 77, 14. 20-21; Sal 23, 2).

Queridos ordenandos: que esta Palabra de Dios ilumine toda vuestra vida. Y cuando el peso de la cruz se haga más duro, sabed que esa es la hora más preciosa, para vosotros y para las personas a vosotros encomendadas: renovando con fe y amor vuestro «Sí, quiero, con la gracia de Dios», cooperaréis con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor, a apacentar sus ovejas —tal vez sólo la que se había perdido, ¡pero por la cual es grande la fiesta en el cielo! Que la Virgen María, Salus Populi Romani, vele siempre por cada uno de vosotros y por vuestro camino. Amén.

(Santo Padre Benedicto XVI, Homilía 29-4-2012)

🛡️Ejército Remanente

🏹 Cruzada de Oración 170

Para defender la Santa Palabra de Dios

Os doy la última oración de la Cruzada de Oración. Es para los sacerdotes. Pido que mis siervos consagrados la reciten diariamente:

Oh, Querido Señor, mi amado Jesucristo, Abrázame. Protégeme. Mantenme en la Luz de Tu Rostro, mientras que mi persecución se intensifica, cuando mi único pecado es defender la Verdad, la Santa Palabra de Dios.

Ayúdame a encontrar la valentía para servirte fielmente en todo momento.

Dame Tu valentía y Tu Fuerza, mientras lucho para defender Tus Enseñanzas contra la violenta oposición.

Jamás me abandones Jesús, en mi momento de necesidad y provéeme con todo lo que necesito para continuar sirviéndote por medio de la prestación de los Santos Sacramentos y Tu Precioso Cuerpo y Sangre, a través del Santo Sacrificio de la Misa.

Bendíceme Jesús.

Camina conmigo.

Descansa en mí, Quédate conmigo.

Amén.

🛡️Ejército Remanente

Hoy día, menos personas que nunca creen en la Palabra de Dios

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹

28 de enero de 2014

Que nadie dude de que no pueden encontrar la Verdad en el Libro de Mi Padre, la Santísima Biblia. La Palabra está ahí para que todos sean testigos, como lo ha sido durante siglos. La Santa Biblia contiene la Verdad y todo lo que se espera de la humanidad yace en sus páginas.

Todo lo que se ha vertido de la boca de los profetas y de Mis discípulos, que fueron guiados por el Espíritu Santo, está contenido en ella. La Verdad está contenida dentro de la Palabra – que es – el Libro de Mi Padre. Así que ¿por qué entonces el hombre cuestiona la validez de la Palabra? Todo lo dado al hombre, por el bien de su alma, puede ser encontrado en la Santa Biblia.

La Verdad es asimilada por las almas de diferentes maneras. Los que tienen almas humildes y los que aceptan la Palabra de Dios no la cuestionan. Otros la toman y desechan partes de ella hasta que ya no se parece más a la Verdad. Luego están aquellos que nunca aceptarán la Palabra, porque es de poco interés para ellos. Ellos ven la Verdad contenida en la Santa Biblia, como nada más que folklore.

Hoy día, menos personas que nunca creen en la Palabra de Dios. Aquellos que lo hacen, solo toman secciones que son atractivas a sus propios estilos de vida y se alejan de las Leyes de Dios por las que ellos no sienten afinidad. Hoy día, la Verdad que se enseña no es más que una sombra de lo que está contenido en la Biblia.

Yo hablo ahora a vosotros de la Verdad, por tres razones. La primera es para recordaros de la Palabra de la Verdad – que está contenida en el Libro de Mi Padre. La segunda es para reforzar el hecho de que vosotros no podéis volver a escribir(re-escribir) la Palabra de Dios. La tercera es para poder alimentar a los hijos de Dios con la Palabra de Dios en un tiempo en el que, pronto, será retirada de vosotros. Hago esto ahora a través del Libro de la Verdad, prometido a vosotros por los profetas. Si la Verdad no os sienta bien, entonces no aceptáis la Palabra de Dios. Si vosotros no aceptáis la Palabra de Dios, entonces no os puedo llevar a Mi Nuevo Reino y traeros la salvación que os prometí, cuando morí por vuestros pecados en la Cruz.

Vuestro Jesús

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