Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros turcos capturados en la batalla. Ellos testificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de ángeles, espadas en manos, luchando contra Selim y los turcos, cegándolos con humo.
UN DÍA COMO HOY, 7 DE OCTUBRE de 1571, ese espléndido hijo natural llamado Don Juan de Austria liberaba al Mediterráneo, no sólo a España, y con ello a la Cristiandad europea, del esclavismo islámico. Una victoria naval sobre la mayor potencia militar del mundo.
Era cuando la España evangelizadora no tenía miedo de enfrentarse a las grandes potencias, primero en nombre de su fe cristiana y luego en nombre de una coherencia con esa fe que le hacía no reparar, por ejemplo, en que el enemigo era superior en numero, en tecnología, en armas y en logística. Además, la batalla tuvo lugar en aguas turcas, no cristianas, en el Golfo de Corinto.
Era cuando España, como diríamos ahora, pensaba a lo grande, no se había vuelto mezquina. Era, por tanto, un momento en que los españoles no peleaban entre sí mismos sino que se abrían al mundo, porque era la humanidad entera la que había que salvar. ¿Salvar para quién? Para Cristo.
Cuatro siglos y medio después, España vive en perpetua guerra civil mientras mendiga dinero en la Europa a la que tantas veces salvó en el pasado y que siempre le ha dado la espalda.
Nada más opuesto al cristianismo que el determinismo. La historia es la historia de la libertad. Así que este panorama sombrío bien puede cambiar. Y antes de lo que pensamos. Porque esta crisis es profunda pero no tiene por qué ser permanente.
De nosotros depende. La regeneración política de España no es otra cosa que su imperiosa recristianización. Y la recristianización no depende de los políticos sino de nosotros mismos.
“Dios no nos juzgará por los éxitos que logremos sino por el empeño que pongamos en defender la fe”
San Pío V y Lepanto
El siglo XVI, consagrado por la presencia del santo pontífice San Pío V a la cabeza de la Santa Iglesia Católica, debió sufrir uno de los peligros más graves a los cuales haya estado sometida la Cristiandad, a saber, el peligro de las invasiones turcas, que de haber triunfado hubieran hundido Europa y todo el mundo conocido en las fauces pestilentes del paganismo más horrible.

Es también San Pío V, el Papa de Nuestra Señora de las Victorias, quien con su bravura y su Fe pudo armar a la Cristiandad para repeler semejante peligro. La Cruzada de San Pío V contra los turcos fue una Cruzada mariana, como lo veremos en la apoteosis de Lepanto.
El Santo Papa envió a Mons. Odescalchi, obispo de Penna, como legado para entregar a Don Juan de Austria, Jefe de las tropas católicas, el bastón de mando y el estandarte que él le enviara. Al bendecir al representante de Don Juan, el Papa le dijo: “Que Su Alteza recuerde perpetuamente la causa que debe defender y que esté seguro de la victoria, puesto que Yo se la prometo de parte de Dios”.
Cuando el legado pontificio vio la expedición lista, ordenó un ayuno de tres días, publicó una indulgencia plenaria en forma de jubileo; distribuyó Agnus Dei entre los simples soldados, bendecidos con esta intención por San Pío V y los admitió a la comunión general, precedidos por sus oficiales. Antes los libertinos, bandidos y blasfemos habían sido expulsados por orden de San Pío V.

El 15 de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, la armada católica dejaba Messina, dirigida por Don Juan de Austria, hombre de valor sin igual, que había sabido decir: “Yo sería el más vil de los hombres si no escuchara la voz del Papa… ella nos grita que vayamos sin tardanza a enfrentar al enemigo.”
Batalla de Lepanto
En 1571 la cristiandad era amenazada por los turcos (musulmanes).
Los musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de Africa, en el medio oriente y otras regiones. España y Portugal se había librado después 8 siglos de lucha. La amenaza se cernía una vez mas sobre toda Europa. Los turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.
La situación para los cristianos era desesperada. Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia estaba devastado por un incendio. Aprovechando esa situación los turcos invadieron a Chipre con un formidable ejército. Los defensores de Chipre fueron sometidos a las mas crueles torturas.
El Papa San Pío V trató de unificar a los cristianos para defender el continente pero contó con muy poco apoyo. Por fin se ratificó la alianza en mayo del 1571. La responsabilidad de defender el cristianismo cayó principalmente en Felipe II, rey de España, los venecianos y genoveses. Para evitar rencillas, se declaró al Papa como jefe de la liga, Marco Antonio Colonna como general de los galeones y Don Juan de Austria, generalísimo. El ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros. La flota tenía 101 galeones y otros barcos mas pequeños. El Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria. Ordenó además que sacaran a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al Señor.
San Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.
Poco antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca anclada en el puerto de Lepanto. Al ver los turcos a los cristianos, fortalecieron sus tropas y salieron en orden de batalla. Los turcos poseían la flota mas poderosa del mundo, contaban con 300 galeras, además tenían miles de cristianos esclavos de remeros. Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho mas pequeña, pero poseían un arma insuperable: el Santo Rosario.

En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.
La línea de combate era de 2 kilómetros y medio. A la armada cristiana se le dificultaban los movimientos por las rocas y escollos que destacan de la costa y un viento fuerte que le era contrario. La mas numerosa escuadra turca, sin embargo tenía facilidad de movimiento en el ancho golfo y el viento la favorecía grandemente.
Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva.
Don Juan mantuvo el centro y tuvo por segundos a Colonna y al general Veneciano, Venieri. Andrés Doria dirigía el ala derecha y Austin Barbarigo la izquierda. Pedro Justiniani, quien comandaba los galeones de Malta, y Pablo Jourdain estaban en cada extremo de la línea. El Marques de Santa Cruz estaba en reserva con 60 barcos listo para relevar a cualquier parte en peligro. Juan de Córdova con 8 barcos avanzaba para espiar y proveer información y 6 barcos Venecianos formaban la avanzada de la flota.
La flota turca, con 330 barcos de todos tipos, tenía casi el mismo orden de batalla, pero según su costumbre, en forma de creciente. No utilizaban un escuadrón de reserva por lo que su línea era mucho mas ancha y así tenían gran ventaja al comenzar la batalla. Hali estaba en el centro, frente a Don Juan de Austria; Petauch era su segundo; Louchali y Siroc capitaneaban las dos alas contra Doria y Barbarigo.
Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron. Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea. Pero el viento que era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de la artillería se iba sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.

La batalla fue terrible y sangrienta. Después de tres horas de lucha, el ala izquierda cristiana, bajo Barbarigo, logró hundir el galeón de Siroch. Su pérdida desanimó a su escuadrón y, presionado por los venecianos, se retiró hacia la costa. Don Juan, viendo esta ventaja, redobló el fuego, matando así a Hali, el general turco, abordó su galeón, bajó su bandera y gritó: ¡victoria!. Los cristianos procedieron a devastar el centro.
Louchali, el turco, con gran ventaja numérica y un frente mas ancho, mantenía a Doria y el ala derecha a distancia hasta que el Marqués de Santa Cruz vino en su ayuda. El turco entonces escapó con 30 galeones, el resto habiendo sido hundidos o capturados.
La batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.
El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés. Durante la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria. El Papa estaba conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, cerrando el marco de la ventana dijo: “No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas”. Este hecho fue cuidadosamente atestado y auténticamente inscrito en aquel momento y después en el proceso de canonización de Pío V.
Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras del Papa Pio V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa. Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros capturados en la batalla. Ellos testificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de ángeles, espadas en manos, luchando contra Selim y los turcos, cegándolos con humo.
En la batalla de Lepanto murieron unos 30,000 turcos junto con su general, Hali. 5,000 fueron tomados prisioneros, entre ellos oficiales de alto rango. 15,000 esclavos fueron encontrados encadenados en las galeras y fueron liberados. Perdieron mas de 200 barcos y galeones. Los cristianos recuperaron además un gran botín de tesoros que los turcos habían pirateado.
Los turcos con su orgulloso emperador fueron presa de la mayor consternación ante la derrota. Dios, que en su justicia había permitido que parte de las naciones cristianas cayeran bajo la opresión turca, impuso aquel día un límite y no permitió que el cristianismo desapareciera. El Dios que pone límites a las aguas y conoce cada grano de arena, escuchó la oración y manifestó su poder salvador. Fue la última batalla entre galeones de remos.
Mientras tanto las diferentes casas religiosas de Roma recibieron la orden de rezar y hacer vigilias, a fin de que las suplicaciones no faltasen en la presencia del Ssmo. Sacramento. El mismo Papa perseveraba noche y día en la oración y en la recitación del Santo Rosario. Luego de haber conocido a una hora avanzada de la noche, el milagroso triunfo de Lepanto, el Papa se echó de rodillas y exclamó: “Dios ha mirado la oración de los humildes y no ha despreciado sus ruegos. Que estas cosas sean escritas para la generación a venir, y el pueblo que nacerá bendecirá a Dios.”
Los cristianos lograron una milagrosa victoria que cambió el curso de la historia. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario.
En Constantinopla, sobre la basílica de Santa Sofía, convertida en Mezquita, se vieron aparecer tres grandes cruces luminosas color de fuego.

En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pio V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario, para el primer domingo de Octubre. A la letanía de Nuestra Señora añadió “Auxilio de los cristianos”.
El Papa Pío V murió el primero de mayo de 1572, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712. Sus restos mortales están en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.
En 1569, (dos años antes de la batalla) el mismo Papa, en su Carta Apostólica ”Acostumbraron los Romanos Pontífices” ilustró – y en cierto modo, definió – la forma tradicional del Rosario.
En 1573, el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la fiesta, por el de Nuestra Señora del Rosario. El Papa Clemente XI extendió la fiesta del Santo Rosario a toda la Iglesia de Occidente, en 1716 (El mismo Papa canonizó al Papa Pío V en 1712). El Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano y San Pío X la fijó en el 7 de Octubre y afirmó:
“Dénme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.
La victoria de Lepanto fue una victoria de la Inmaculada Madre de Dios, vencedora de todas las batallas de Dios. El triunfo se produjo ese año, justamente el primer domingo de octubre en que se festejaba en las cofradías de Roma la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Por eso San Pío V en la Bula “Salvatoris” decía así: “La Bienaventurada Virgen María, como una Madre de Misericordia, amiga de la piedad y consoladora del género humano, no cesa de presentar sus Oraciones a los pies de su Divino Hijo, por la salvación de los fieles que aplasta el peso de sus pecados; es por sus méritos y sus piadosas intercesiones que Nos ha sido divinamente concedido el 7 de octubre del año del Señor de 1571, esta victoria memorable para siempre contra los turcos, enemigos jurados de la Fe cristiana“.
http://www.catolico.org/diccionario/lepanto.ht
Mons. Morello
Rezad en todas partes del mundo para pedir Mi protección

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹
22 de Septiembre del 2011
Hija Mía, tienes que pedir a Mis hijos que me recen, para que, en estos tiempos, Yo pueda cubrirlos con Mi Santísimo Manto. El trabajo del embaucador se intensifica y se extiende como fuego arrasador. El control diabólico que veis a vuestro alrededor, está dirigido por él y su ejército de demonios. Causan mucho sufrimiento y dolor en el mundo. El rezo de Mi Santo Rosario le impedirá provocar el daño que intenta infligir a este mundo.
Rezad, hijos Míos, donde quiera que estéis, para pedir Mi protección especial contra el demonio.
Rezad para mitigar el sufrimiento de Mi amado Hijo, que necesita con urgencia vuestro consuelo. Él necesita vuestras oraciones, hijos, puesto que se propone salvar a la humanidad, una vez más, de su vida pecaminosa y perversa.
Rezad ahora como nunca antes lo habéis hecho.
Vuestra Santa Madre, Reina de la Paz
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