MILICIA

¿Qué debe hacer un cristiano cuando la sociedad es agredida por aquél que la gobierna?

Por Monseñor José de Jesús Manríquez y Zarate.

La vida cristiana es esencialmente una milicia en la que todos nos damos de alta y juramos defender el tesoro de la fe en el día del bautismo. Todos los cristianos somos soldados, y debemos luchar contra nuestros enemigos, que lo son principalmente el demonio y nuestra propia carne, pero con frecuencia lo es también el mundo y todos aquellos que debieran conducirnos a la felicidad. Si estos tales -aunque sean nuestros mismos gobernantes- lejos de encauzarnos por la senda del bien, nos arrastran al camino de la iniquidad, estamos obligados a oponerles resistencia, en cuyo sentido deben explicarse aquellas palabras de Jesucristo: ‹No he venido a traer la paz, sino la guerra›; y aquellas otras: ‹No queráis temer a aquellos que quitan la vida del cuerpo, sino temed a Aquél que puede arrojar alma y cuerpo a las llamas del Infierno›. Por eso los Apóstoles contestaron a los Príncipes, que les prohibían predicar: “Antes obedecer a Dios que a los hombres”.

Ahora bien: esta resistencia puede ser activa o pasiva. El mártir que se deja descuartizar antes que renegar de su fe, resiste pasivamente. El soldado que defiende en el campo de batalla la libertad de adorar a su Dios, resiste activamente a sus perseguidores. En tratándose de los individuos, puede haber algunos casos en que sea preferible -por ser de mayor perfección- la resistencia pasiva. Tal es el caso de los sacerdotes que en una lucha sangrienta, por la fe andan inermes en el campo auxiliando a los moribundos, y que, cayendo en manos del enemigo, son llevados al suplicio. Tal sucede también con los inocentes ciudadanos que por justísimas razones se abstienen de la lucha armada, y que, sin embargo, por odio a su fe son sacrificados por las turbas impías. Pero el martirio no es la ley ordinaria de la lucha; los mártires son pocos; y sería una necedad, más bien dicho, sería tentar a Dios, pretender que todo un pueblo alcanzara la corona del martirio. Luego de ley ordinaria la lucha tiene que entablarse activamente y repelerse la agresión en la forma en que se produce.

Cuando, pues, la sociedad es agredida por aquél que la gobierna, debe desde luego aprestarse a la defensa. Si se trata de agresiones del orden intelectual y moral, las armas que deben emplearse deben ser de éste mismo género; pero cuando la agresión es del orden material, entonces convendrá agotar primero todos los recursos legales y pacíficos. Si no dieren resultado, habrá que acudir a los medios del orden material. Sin embargo, creemos todavía necesario hacer otra distinción: si el tirano, aunque oprima al pueblo y lo prive de algunas de sus libertades, le deja empero, las esenciales, como es la de adorar a Dios, y no hace imposible la vida social, habrá que soportarlo en paciencia, sobre todo si son mayores lo males que se sigan de la contienda armada. Pero si ataca las libertades esenciales de los ciudadanos; si traiciona a la Patria; si asesina, viola y atenta sistemáticamente contra la vida y la honra de las familias y de los individuos, entonces la defensa armada es un deber social que se impone a todos los miembros de la comunidad. Soportar a un tirano en estas condiciones sería un crimen de lesa Religión y de lesa Patria. Esta obligación subsiste, no solamente en el caso de que sea humanamente posible la derrota del tirano, sino también en la hipótesis de que ésta sea imposible, atendidas las leyes ordinarias de la guerra. La razón es porque la pérdida de la fe y de la independencia nacional y la ruina misma de la sociedad, son males todavía mayores que la muerte segura de un gran número de ciudadanos. Y esto es precisamente lo que sucede en el caso de México (Nota de CATOLICIDAD: se refería a la persecución religiosa del gobierno masónico contra los católicos mexicanos que desató la lucha cristera. Pero consideremos que estos principios tienen un valor perenne y deben ser aplicados según las circunstancias históricas, pues parten de que «la vida cristiana es esencialmente una milicia en la que todos nos damos de alta y juramos defender el tesoro de la fe en el día del bautismo»).

Monseñor José de Jesús Manríquez y Zarate. Primer obispo de Huejutla, del 1º de julio de 1923 al 6 de junio de 1939

Catolicidad

Mi Mano de Justicia está esperando castigar a aquellos gobiernos que planean herir a Mis hijos

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹

04 de Octubre, 2012

Mi querida hija, deseo que sepas que, aunque el mundo puede tener qué soportar una gran limpieza, la cual puede no ser agradable, Mi Misericordia es enorme.

Yo soy un océano de Misericordia y quiero implementar grandes cambios para asegurar que todos Mis hijos sean salvados de la catástrofe. La catástrofe de la que os hablo se trata del trabajo que involucra una fuerza maligna secreta en el mundo, que está tratando de controlar todas las naciones, para su malvado beneficio propio.

Tantas de esas almas rechazan la Misericordia de Mi Hijo amado. Muchos no quieren reconocerlo. Ellos continúan infligiendo sufrimiento sin consideración sobre aquéllos que controlan y no aceptan que sus pecados no pasarán desapercibidos. Pueden luchar contra el Poder de Mi Mano, pero Mi Mano se precipitará sobre ellos y los destruirá.

Ellos reconocerán el Poder de Dios, a su tiempo, pero para muchos de ellos ya será demasiado tarde.

Cada acto Mío, incluyendo grandes milagros, será presenciado por toda la humanidad en breve. Haré todo lo que pueda en Mi Gran Misericordia, que ha de devorar a la humanidad como un gran océano, para salvarla. Ningún hombre será dejado sin tocar por Mis Dones.

Cuando esto suceda, voy a perseguir a las personas que quieren echarme lejos, aunque ellos sabrán quién Soy Yo.

Entonces, aquellos líderes en el mundo que no apliquen Mis Leyes Divinas y quien azote la tierra con su crueldad para Mis hijos, será derribado. Para entonces, no voy a permitirles escapar de Mi Justicia Divina.

Ellos están siendo advertidos en este Mensaje, para detenerse ahora. Ellos deben orar pidiendo guía, si se sienten incómodos o bajo presión, para introducir leyes sobre las naciones, lo cual provocará dificultades.

Les doy este tiempo para dejar de hacer lo que están haciendo y pedirme que les ayude a hacer frente a los regímenes malvados, que están siendo planeados contra sus compatriotas.

Ellos saben de lo que estoy hablando.

Yo soy el Creador de la raza humana. Conozco a cada hijo Mío. Lo que ven. Lo que sienten. Cómo piensan… También conozco a los que están entre ellos, que han jurado lealtad a actos que causan enorme sufrimiento a la gente de todo el mundo.

Mi Mano de Misericordia está esperando para llevaros de vuelta al refugio de Mi Reino.

Mi Mano de Justicia está esperando castigar a aquellos gobiernos que planean herir a Mis hijos. A vosotros no se os permitirá causar este sufrimiento.

Porque tan pronto como introduzcáis leyes, diseñadas para controlar a los que vosotros servís, las cuales son aborrecibles para Mí, voy a mandar un castigo, para que nadie se quede con alguna duda sobre lo que ha causado tal castigo.

Vosotros sois hijos Míos y esto significa para Mí, que debéis acudir en busca de protección. Sin Mi Protección os quedaréis a merced de Satanás.

Para que no os olvidéis: él, Satanás, odia a todos vosotros. Sin embargo, debido a sus maneras seductoras sutiles y poderosas, seguís su búsqueda de poder como esclavos.

Elegid poder en esta tierra, la cual os exalte y lleve vuestro reconocimiento sobre los caminos del Señor, y seréis echados fuera.

Esta advertencia se está dando para asegurar que habéis entendido que hay un solo Creador. Sólo Uno, el que creó a la humanidad. Sólo uno, quien tiene el poder de poner fin a todo lo que existe en la tierra.

Dios el Altísimo,

Creador de todo lo visible y lo invisible

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