Testamento de Benedicto XVI

Testamento de Benedicto XVI recibido en visión por una vidente que prefiere el anonimato, el día 2 de febrero de 2023 (fiesta de la Candelaria) durante el ofertorio de la Santa Misa.»Nuestro Señor quiere que escribas lo que han querido ocultar tras mi muerte, y es preciso que lo hagas y tengo mucho que decir» Es impresionante. Que lo disfrutéis.

Escribe la vidente:

Mientras el Sacerdote incensaba las ofrendas de Pan y Vino, de repente despareció ante mi vista y a quien veía era al Papa Benedicto XVI. Estaba con ornamento blanco y dorado, incensó las ofrendas y el altar, luego se dio la vuelta para incensar a la Asamblea. Así pude verlo claramente, porque al principio le veía sólo la espalda. Su ornamento era blanco resplandeciente y en su pecho sobresalía una cruz pectoral de esmeraldas, y tenía sobre la casulla unas azucenas bordadas en color plateado entrelazadas con los Sagrados Corazones de Jesús, José y María en dorado resplandeciente.

Me impactó ver que resplandecía mucho el Papa Benedicto XVI muy contrario a como lo ví la vez anterior, en mis sueños, el día de su funeral; allí [en su funeral. Nota de quien transcribe éste texto.] estaba vestido como Papa pero no tenía ningún resplandor.

Era como ver a un ser humano común y corriente, y avejentado por la edad. Sin embargo, hoy lo he visto diferente, hoy lo he visto lleno de gloria, rejuvenecido, lleno de vigor, todo el resplandecía, no sólo sus ropas, sino su piel, era lo que más llamaba la atención, era como si la luz le iluminara desde dentro, su rostro sereno era como el de una persona joven y a la vez madura, se lo veía muy concentrado incensando.

Luego en el canon, escuchaba las palabras del Papa Benedicto XVI en perfecto latín, según el Rito Extraordinario [es decir, la Misa Tradicional Tridentina. Nota de quien transcribe éste texto.]. La capilla se llenó de mucho incienso, era un olor exquisito con mezcla de mirra muy olorosa. Había en el ambiente una sensación de santidad. Creo que todos los presentes experimentaron la misma sensación. Se sentía un Santo Temor de Dios, todos estábamos sobrecogidos, fue muy solemne.

Al momento en que el Papa Benedicto XVI elevó la Sagrado Ostia consagrada, ví que se elevó al Cielo mucho incienso. A un extremo del altar había un ángel. Se lo veía regiamente vestido y poderoso con una copa de oro en sus manos. Ésta copa rebosaba de incienso y se elevaba hasta el Trono de Dios. Yo continuaba en éxtasis, miré a lo alto, había tres nichos de oro revestidos de piedras preciosas. En el nicho del lado derecho reconocí a San Agustín de Hipona, y en el nicho del lado izquierdo estaba San Buenaventura, un Santo de Nuestra Orden Franciscana. Ambos Doctores de la Iglesia.

El nicho del centro estaba vacío. En esto pude observar que el Papa Benedicto XVI se elevó hasta acomodarse en éste nicho.

Vi, que el ángel echaba mucho incienso en el altar. Luego vi, que incensó al papa BXVI y a los otros Santos que estaban con él. A cada incensación precedía una inclinación por parte del ángel. Luego noté que el Papa BXVI se quitó su solideo y se lo ofrendó a Dios, luego se inclinó a sus pies, se formó como un espejo, y a través de él, miró la cúpula de la Basílica de San Pedro. Comprendí que miraba a toda la Iglesia y se cubrió el rostro con sus manos, y lo mismo hicieron los otros dos Santos que estaban junto a él [San Agustín de Hipona y San Buenaventura. Nota de quien transcribe éste texto.]. Era como si se avergonzaran de ver lo que está sucediendo en la Iglesia.

El Sacerdote se acercó a mí para darme la Comunión. Yo continuaba en éxtasis. No veía al Sacerdote. Yo veía en su lugar a BXVI. Y al acercarse dije «Santo Padre», y recibí la Comunión. Entonces entré como en un descanso espiritual. Yo sólo repetía «Santo Padre, Santo Padre». Al volver en sí, tuvieron que ayudarme a ir a la celda porque me sentía desmayar y abochornada pues en la Santa Misa había invitados y por lo que me contaron todos los allí presentes se dieron cuenta del éxtasis que tuve. Para un simple ser humano, éste tipo de sucesos sobrenaturales nos sobrepasan. Muchos no tienen ni idea de cuanto se sufre con éstas gracias sobrenaturales.

Ese mismo día [2 de febrero de 2023. Nota de quien transcribe éste texto], a las 23:00 hrs, el Papa Benedicto XVI se vuelve a aparecer. Ésta vez lo vi en mi celda, vestía su traje blanco de Papa, traía al pecho su hermosa cruz de esmeraldas, llevaba puesto su anillo de pescador y sus zapatos rojos que brillaban mucho. Estaba sentado en una silla que tengo junto a mi cama. Pero la silla no la veía como es en realidad, sino que era una silla alta, tapizada en color blanco, la madera que la adornaba estaba finamente tallada y en color dorado. Muy elegante y sobrio, todo él resplandecía de una luz refulgente. Su blanco era blanquísimo. Y su piel sonrosada. Se le veía el rostro lozano, descansado y fresco de una paz imperturbable.

Exclamé, «Santidad, ¿Usted aquí?» Yo aún no me recuperaba del todo. Escuché que estaba orando en latín en voz bajita. Era como una plegaria por la Iglesia. Su pronunciación era perfecta. ¡Qué gran latinista! Me miró y sonrió, y me dijo «Laudatus Jesucristus». Yo respondí «in saecula saeculorum». El prosiguió «incorpórate porque Nuestro Señor quiere que escribas lo que han querido ocultar tras mi muerte, y es preciso que lo hagas y tengo mucho que decir». Su Santidad me hablaba en latín y yo le entendía en perfecto español. Hace un tiempo atrás otro Santo me habló en francés y yo le entendía en español, ¿cómo? No lo se. Sólo se que entiendo lo que me dicen.

Entonces me senté con esfuerzo y tomando papel y lápiz me alisté para escribir. El Papa BXVI me dijo [relata la vidente]:

«La historia es larga y lo que voy a relatar provocará un huracán que sacudirá los cimientos de la Iglesia y principalmente al Gobierno Central, la Curia Vaticana. Mis enemigos se sienten triunfadores de sus logros, pero su alegría no durará mucho. Dicen entre ellos, «por fin lo silenciamos. Su voz incomodaba a nuestros intereses» [dicen los prelados de la Curia refiriéndose a Benedicto XVI. Nota de quien transcribe éste texto.].

«Qué alivio» [continúan]. Pero no cuentan con la Voluntad de Dios. Ellos no esperan que yo hable. No piensan en esa posibilidad. Piensan que los muertos no hablan, pero se olvidan que Dios es Justicia y en ocasiones permite como en mi caso, que hable aunque sea desde la Eternidad, y declare a favor de la Verdad, que es Cristo. Yo estoy con Dios, y vivo eternamente. Nuestro Señor tiene el arte de escribir derecho en renglones torcidos, y ha permitido que tras mi muerte me manifestara a varias almas para dar testimonio de que hay vida después de la muerte, y que por más que quisieron silenciarme, la verdad sale a la luz, aunque sea pos mortem.

Durante las exequias fúnebres de mi gran amigo San Juan Pablo II sentí gran compunción en mi corazón. Un secreto que ocultaron a los medios y que pocos conocen es que al gran San Juan Pablo II le realizaron un procedimiento en la garganta, con la única finalidad de silenciarlo y así deteriorar su salud para evitar que tomara decisiones poco convenientes a la Masonería Eclesiástica que ocupaba altos cargos en el Gobierno Central [de la Iglesia. Nota de quien transcribe éste texto.]. Y no como aseguraron a los medios de comunicación en su momento. El Papa Juan Pablo II tenía en mente un plan de Gobierno diferente que no incluía hacer cambios, excepto que fuera necesario. Al principio se mostró escéptico ante un estudio que se hizo en el interior de la Curia Vaticana, informe que arrojó información muy importante y bastante comprometedora que exigía cambios inmediatos, ya que amenazaba la estabilidad de la Iglesia.

Información que conoció al detalle su predecesor, el Papa Juan Pablo I, quien fue asesinado, no sólo por tener éste conocimiento, sino porque empezó una limpieza que incluía ciertos cambios en el interior del Gobierno Central y el Banco Vaticano, motivo mas que suficiente para eliminarlo.

Sólo después del atentado que le hicieron, el gran Juan Pablo II fue quien cambió de parecer. Compartió conmigo [dice Benedicto. Nota de quien transcribe éste texto.] esa información y nos pusimos a trabajar. Yo era en ese entonces Prefecto para la Doctrina de la Fe. Lastimosamente las cosas no resultaron como se pensaba. El daño hecho era irreparable, y muy complicado remover cargos de altas jerarquías eclesiásticas, si bien es cierto ya se habían hecho algunos movimientos, la Masonería que reinaba en el Colegio Cardenalicio y en los diferentes Dicasterios, había extendido sus tentáculos a través de alianzas, no sólo al interior del Vaticano sino fuera del Vaticano. Sin embargo, se hizo lo que se pudo, y no lo que se hubiera querido hacer. Es muy difícil trabajar con un Gobierno en contra, tal como me sucedió a mí. Y con pocos aliados ante una mayoría que se levanta abiertamente relativista y modernista en sus muchas facetas.

Comprendimos tempranamente que había un clima de abierta rebeldía y desobediencia al Papa y todo esto amenazaba un gran cisma al interior de la Iglesia».

A lo largo de mi vida, y particularmente durante mi Pontificado, he vivido momentos terribles y dolorosos, algunos de ellos conocidos sólo de Dios. Nunca se pensó que el mal podía escalar tan alto, y ahora Satanás se siente poderoso y dueño de todo. Conocí que al interior del Vaticano se mueve una mafia muy peligrosa de Cardenales masones con intereses ocultos. Son traidores de la Iglesia ocupando cargos muy importantes, nombrando aliados para luego destruir desde dentro la Iglesia y la Fe Católica.

Cardenales y Obispos que no temen a Dios y asesinan fríamente sin ningún cargo de conciencia a las almas, todo por el poder y el dinero, alejándose cada vez más de la verdadera misión que Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado.

Mientras miraba el cuerpo sin vida del gran San Juan Pablo II, iba reflexionando al respecto, y allí mismo tomé la decisión en lo profundo de mi alma, de retirarme a mi tierra natal y dedicarme a escribir libros. Sentía que mi misión había terminado. Lo había dado todo y de la mejor manera que pude. Además mi salud no era lo mejor, quería continuar aportando mi grano de arena a la Iglesia desde una posición más tranquila y sin sobresaltos, usando un bajo perfil. Estaba convencido que mi tarea quedaba concluida tras la muerte del Santo Padre.

Pero los planes de Dios no son nuestros planes, y Él ya había decidido por mí. Fue cuando en el Cónclave, tuve el sobresalto, según se iban dando las votaciones, que la elección recaería sobre mi pobre humanidad, a lo que desde mi corazón dije a Dios con resignación: «Señor, no me hagas esto», frase que tomaron luego los medios de comunicación manipulados por ciertos Cardenales masones, para tergiversarlo todo y fabricar de mi una imagen destructiva y falsa hasta mi muerte.

Dentro de los rumores que solían escucharse, se decía que yo iba a endurecer las leyes de la Iglesia, por ser conservador y tradicional, y me iba a oponer a los nuevos aires modernistas que se planteaban en el momento, y además decían que yo era una amenaza a sus planes porque estaba en contra del relativismo.

Cuando se me hizo la pregunta de rigor de si aceptaba la Voluntad de Dios, respondí:

«Sí, acepto la Voluntad de Dios».

Mientras se seguían todos los protocolos, yo pensaba en mi interior [dice Benedicto XVI. Nota de quien transcribe éste texto.]: «habiendo personas mejor cualificadas que yo, Dios en su bondad me escogió a mí, un sencillo y humilde trabajador de la Viña del Señor», frase que hice pública el día de mi elección como sucesor del Apóstol San Pedro.

Yo sabía muy bien a lo que me enfrentaba, y para ese entonces mis enemigos se habían fortalecido y crecido en número. Era conocedor de ciertos informes que el Papa Pablo VI había ordenado hacer durante su Pontificado sobre la Curia Vaticana, y que posteriormente los revisamos con mi predecesor San Juan Pablo II.

Mi deseo era iniciar una limpieza a profundidad. Sabía que no sería nada fácil. Había que hacer una total restauración al interior de la Curia Vaticana. Era consciente que lo más probable era que me costaría la vida, como a mis predecesores, pero decidí emprender el camino más difícil ayudado de la mano de unos pocos leales, y para ello inicié con una limpieza que apremiaba en ese momento al interior de los Legionarios de Cristo, obligando a su fundador Marcial Maciel a retirarse de todo Ministerio Público.

Éste sólo hecho, me granjeó muchos enemigos, no sólo al interior de la Iglesia, sino fuera de Ella. Era consciente que lo que me esperaba era la más grande purificación.

Conocía bien la Curia Vaticana y todos los enredos que allí se tejen. En conciencia, yo no era el candidato favorito para ocupar la Silla de Pedro, no por falta de cualidades, sino porque no ayudaría a los poderes masones en sus objetivos. Mientras tanto, prepararían el candidato ideal, según sus intereses. Necesitaban a alguien para quemar mientras elegían un candidato que estuviera en consonancia con los poderes del mundo, y ese alguien temporal, era yo.

Aquí, el Papa Benedicto [relata la vidente], suspiró profundamente, y su mirada era como un mar infinito de paz. Pero Dios [continúa relatando el Papa Benedicto XVI], en su infinita misericordia para con su Iglesia, tuvo a bien atrasar un poco el Gran Misterio de Iniquidad, a sabiendas que tras mi muerte éste Misterio quedaría al descubierto, y actuaría con plena libertad y apoyado de sus más fieles colaboradores, el gran destructor de la Iglesia ya estaba en pie, su apellido ya se escuchaba en los pasillos y reuniones ocultas, pero debió esperar un poco hasta que estuviera convenientemente preparado, y fuera el momento oportuno. Tiempo que Dios en su bondad extendió, gracias a las oraciones de los santos y de las almas justas que hay dentro del Cuerpo Místico de la Iglesia; almas sencillas, pacíficas, silenciosas, y con una Fe inquebrantable, capaces de dar la vida por Jesucristo. Almas que no se doblegan ante el mal, y que son capaces de discernir dónde está el error. Éstas almas son amadas del Señor y están en gran número, silenciosamente organizadas, y forman un ejército poderoso que camina de la mano de la Madre de Dios. Y ahí dibujó en su rostro una bella sonrisa angelical Benedicto XVI.

El que yo fuera un instrumento insuficiente no era desconocido para Dios, pues Él da su vigor y fortaleza para llevar la cruz con amor, tal como Él lo hizo. Y esto fue un consuelo para mi alma, que ya comenzaba a sentir el rechazo de la mayoría de los miembros del Colegio Cardenalicio y autoridades civiles y era consciente que la batalla apenas comenzaba. Mi sufrimiento como Sumo Pontífice comenzó desde el primer día de mi elección. Cuando salí al balcón y vi el clamor de un mar de almas, supe cual era mi destino. Dios tenía prisa de mí. Al revestirme como sucesor de Pedro sentí escalofríos a través de todo mi cuerpo. Me sentí como un cordero manso llevado al matadero.

A lo largo de mi vida comprendí que los caminos del Señor no son cómodos, y están sembrados de rosas y cardos, y es peligroso pensar que se puede transitar por cualquier camino, y que todos conducen a la verdad. Es un gran error que quien actualmente dirige a la Iglesia, me refiero a Francisco, promueva éste tipo de herejías y divisiones en su interior. De alguna manera se está aceptando la comunión con el relativismo, ideología que yo condené infinidad de veces, y las ideologías revolucionarias que pretenden imponer a la fuerza los poderes del mundo.

Los graves errores que la Iglesia está promoviendo desde la profanada Silla de Pedro, están llevando al suicidio a las almas. En un acto violento infernal, el mal ya está hecho y no tiene reversa. Sólo Dios puede salvar su Iglesia de caer en el precipicio, y ésto lo tuve claro durante las sesiones del Concilio Vaticano II. Allí pude tener una visión a futuro de los errores que desde allí comenzaban a surgir y a promoverse gracias a la mala interpretación del Concilio, y a los muchos lobos vestidos de púrpura que se habían infiltrado y que ciertamente habían entrado por las fisuras de la Iglesia durante el Pontificado de Juan XXIII.

Toda mi vida [dice Benedicto XVI], luché en contra del relativismo, y en muchos de mis escritos condené éste tipo de teorías revolucionarias enemigas de Dios. Con dolor pude constatar personalmente, cómo la mayoría de los señores Cardenales, exceptuando algunos pocos, habían adoptado ésta ideología, y que precisamente por ello buscaban afanosamente una reforma al interior de la Iglesia, reforma que incluía eliminarme, porque yo era su mayor impedimento [¿quizás el catejón? (2Tesalonicenses 2:8)].

Podía sentir su odio desmedido hacia mi. Y si no hubiese sido por la Misericordia de Dios que me acompañó siempre, muy seguramente hubiera sucumbido ante tales ataques. Fueron varias las oportunidades que tuvieron para asesinarme, pero Dios me sostuvo porque aún no había llegado mi hora, hasta el día en que llegado mi tiempo debía ser quitado de en medio.

Era consciente que con mi muerte las ovejas se dispersarían, pero tenía la certeza de que el Divino Pastor las reuniría de nuevo en Su redil. Yo sólo era un instrumento, nada más, dentro del Plan de Salvación, y pronto vendría la Gran Purificación. Es Nuestro Señor Jesucristo quien realmente lleva el control de su Iglesia. Gran confusión se ha generado tras mi muerte. De alguna manera Dios lo ha permitido para dejar al descubierto la maldad del corazón de aquellos que se dicen ser verdaderos discípulos de Cristo, y que en realidad vienen a ser los Judas de éste tiempo, creando más confusión y división en la Iglesia.

A mis 95 años decían entre muchas calumnias: «éste es el Papa que no quería serlo». Yo mismo lo escuché de labios de algunos Cardenales. Me sentía cansado y fatigado. Se me había privado de toda clase de alivios y consuelos. Caminaba junto a Nuestro Señor camino al Calvario, cuesta arriba, abrazados a la Cruz Redentora. Sabía que mi tiempo pronto llegaría.

Pasé por la experiencia de la cárcel. Experimenté la cárcel de la soledad, del miedo, de no poder hablar abiertamente, sino a través de claves y parábolas. Experimenté la cárcel de verme custodiado por un carcelero que sabía que no era de fiar. Me vi abrumado y sin consuelo, sin embargo, traté de imitar a nuestro Maestro lo mejor que pude, y no rechacé la copa amarga que se me ofrecía [el Cáliz amargo que bebió Nuestro Señor. Nota de quien transcribe.].

Ayudado siempre de la gracia de Dios, poniendo toda mi confianza en Jesucristo, y desconfiando de mis propias fuerzas, sabía que Judas Iscariote estaba a mi lado y que pronto me vendería con un beso traidor. Aún así, no lo rechacé, porque veía en todo la Mano Divina. Así como un cordero manso fui llevado al matadero, enmudecía y no abría mi boca sino para bendecir y perdonar.

Judas Iscariote se sintió desconcertado de Jesús, el Divino Maestro, porque no cumplía sus expectativas de guerrero político, sino que era un hombre pacífico, humilde, y lleno de mansedumbre. Yo, me veía de alguna manera reflejado en ese cuadro. Fui manso y humilde, un hombre de paz, y esto desconcertó a muchos quienes me ponían zancadillas.

Fueron muchos los que me pusieron a prueba, pero el más desconcertado fue mi carcelero, mi propio secretario [Monseñor Georg Gänswein, Arzobispo alemán.]. En el pasado yo había tenido la amarga experiencia de verme traicionado por aquellos a quienes tenía por amigos. Mi carcelero fingía ser mi amigo. Fingía arrepentimiento.

Fingía estar a mi lado, pero Dios me dio al final de mi vida un agudo discernimiento de espíritus, y sabía que no podía confiar en él, ni en las personas que convivían conmigo día y noche.

Mi cárcel y exilio fue el Monasterio Mater Eclaesiae, y había una razón particular para ello. Dios dispuso que estuviera dentro de casa, como su legítimo Pastor, y no fuera, sosteniendo la Iglesia, orando y viviendo en penitencia, desde una vida aparentemente oculta y silenciosa, privado de todo consuelo, excepto alguna visita que mi carcelero permitía, pues él debía estar sujeto a su señor, quien disponía la manera de tenerme aislado e incomunicado con el mundo, pero nunca pudo incomunicarme con Dios.

A más sufrimiento, mas cerca estaba del latir del Corazón de Cristo. Mi vida se hizo una continua oración de súplica. Descubrí una manera de ser verdaderamente libre, y fue a través de la oración. Mi espíritu nunca estuvo prisionero, como algunos querían. Mi cuerpo frágil y débil por la edad fue sometido a tortura, y las medicinas que acortaban mi salud en lugar de mejorarla, poco a poco me acercaban a la Eternidad.

Yo era consciente de todo cuanto sucedía a mi alrededor. Dios en su bondad me concedió lucidez, a pesar de estar en una situación tan penosa, SIENDO EL LEGÍTIMO VICARIO DE CRISTO, EL ÚNICO Y VERDADERO PASTOR, fui preso por mis verdugos. Los mismos que un día me aclamaron Pastor de Pastores, fueron los mismos que poco tiempo después me crucificarían, igual que sucedió con Nuestro Señor Jesús el Domingo de Ramos. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana, estamos llamados a vivir la conformación a Cristo. Cada minuto que pasaba podía leer claramente mi vida, a la luz de Cristo, paso a paso, veía el cumplimiento de las profecías y al final de mi vida, me veía más en el Cielo que en la Tierra. Estaba [era] totalmente consciente que estando junto a Dios, podía hacer más en beneficio de la Iglesia, que quedándome aquí, en éste valle de lágrimas, y éste sólo pensamiento me animaba a continuar cargando la cruz, por amor a Aquel, que se entregó totalmente por amor a mí, en la Cruz. Ésta es mi confesión pública.

YO, BENEDICTO XVI, VICARIO DE CRISTO, ÚLTIMO Y LEGÍTIMO SUCESOR DEL APÓSTOL SAN PEDRO [último hasta la fecha, pues sabemos que habrá más], a quien el Señor entregó las llaves del Reino de los Cielos, fui puesto en la cárcel como Pedro. Por predicar la Verdad, me hice odioso a los poderes del mundo, y quebraron con crueldad manifiesta mi cuerpo de barro, pero liberaron mi espíritu inmortal que ahora goza de la visión beatífica de Dios, recompensa de aquellos que permanecemos fieles a su Hijo Jesucristo, a quien se ha dado todo honor y gloria por siglos sin término.

Con rapidez y astucia [dice el Papa Benedicto XVI a la vidente] dieron un Golpe de Estado y convocaron un Cónclave por encima de mi autoridad, para elegir a mi supuesto sucesor. El Cónclave tenía en su mayoría Cardenales masones, un trabajo organizado de tiempo atrás que se encargó de infiltrar el Colegio Cardenalicio y del cual hay pruebas irrefutables con una basta información. La infiltración se vio dirigida por aliados masones de los Estados Unidos y bajo la orden el Sr Presidente de ese entonces Barack Obama se presionó al Cónclave exigiendo quien debía reemplazarme, porque las grandes élites mundiales y de China en particular, así lo exigían.

Habían congelado el Banco Vaticano, y llegaron incluso a amenazarme de muerte si a la mañana siguiente [a la mañana siguiente de cierto día, sin especificar en éste mensaje. Nota de quien lo transcribe.] no renunciaba al cargo. Fue una situación insostenible que traspasó mi alma como una espada afilada.

Claramente los medios de comunicación fueron manipulados desde el Vaticano para destruir mi imagen y hacer que el mundo me odiara.

EEUU fue quien más ayudó en mi Golpe de Estado. Cada vez que [yo] decía una palabra, había un gran revuelo entre los señores Cardenales, principalmente el clero de Alemania, quienes fueron de los primeros en levantar la mano contra mí. Y entonces, me dije: «un hijo levantando la mano a su Padre, provocando un cisma feroz, y animando a las demás comunidades a seguir su ejemplo de rebeldía contumaz».

Tal situación llegó a un nivel tan insostenible y desalentador para mí, que en oración, el Santo Espíritu de Dios me inspiró a tomar la decisión de continuar mi Ministerio Petrino de otra manera, ya no tanto activo y público, como sí contemplativo y en oración.

De ésta manera logré bajar la tensión dentro del Gobierno Central de la Curia Vaticana, tal y como me lo exigían, y así evitar el mayor de los cismas de todos los tiempos.

Como Sumo Pontífice me vi solo, sin apoyo de nadie, exceptuando la ayuda de unos pocos Cardenales fieles. De repente me vi sólo con Dios, y tuve la certeza que donde la palabra humana se hace ineficaz, sólo queda un recurso: la oración. A Él recurrí. Me sumergí en la oración viviendo en penitencia lo que para mis enemigos modernistas, amigos de la pederastia, y de todas aquellas ideologías revolucionarias que van en contra de la Ley de Dios y de toda moral cristiana, era tortura, yo ayudado con la gracia divina, transformé lo amargo en dulce y saqué provecho del sufrimiento, en bien de toda la Iglesia y de su Cuerpo Místico, confiado a mi cuidado.

Precisamente en la limitación y la debilidad humana, estamos llamados a vivir la conformación a Cristo. Manipularon mi hoja de vida [mi currículum por decirlo de otra forma. Nota del copista.], y crearon de mí un ser despreciable para el mundo, que había que cambiar cuanto antes, pues hicieron correr el falso rumor que yo protegía a los Sacerdotes pederastas, cuando la realidad era muy distinta.

Yo imitando a Cristo, el Divino Maestro, enmudecía y no abría la boca, confiaba en la intervención divina. Me puse en manos del que juzga rectamente, y como cordero manso fui llevado al matadero a derramar mi sangre en favor de la Iglesia. COMO VERDADERO PASTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA, JAMÁS DI UN PASO ATRÁS, aunque la información manipulada y generosamente bien pagada a los diferentes medios de comunicación, hicieron de mí un traidor.

Decían mis enemigos que conmigo la Iglesia se endurecería, y que planeaba volver a la Iglesia a la época de antes del Concilio [del Concilio Vaticano II. Nota de quien transcribe éste mensaje.]. Fui el Papa más calumniado y desprestigiado. Mi nombre producía chasquido de dientes entre los pasillos de la Curia Vaticana. Entre las muchas infamias que se dijeron de mi, [una de ellas. Nota de quien transcribe éste mensaje.] fue que era un cobarde, que se bajaba de la cruz, y que huía ante los lobos. Todo cuanto yo decía en público o en privado lo tergiversaban, con la única intención de dar un Golpe de Estado.

Otros decían: «es el peor Papa que hemos tenido». Y así fueron clavando una a una las espadas en mi corazón.

Ante la dura realidad que veía, marcaba mi camino, y el camino era seguir a Cristo hasta el Calvario.

Llegó a tal punto la desobediencia del Colegio Cardenalicio, que me fue imposible gobernar [una prueba más de que durante los casi 10 años después de la elección de Francisco, se pueda afirmar que estuvimos en sede impedida. Nota de quien transcribe.]

Como Pastor fui siempre respetuoso, cordial y educado en el trato con todos sin excepción. A cambio recibía desprecios, calumnias e insultos.

Mi supuesto secretario personal, no era mi confidente, al contrario, [yo] sabía que no era de confianza. Era mi verdugo, un micrófono abierto a mis enemigos. Fue Francisco quien ordenó tenerme incomunicado y fuertemente custodiado. Al parecer temía que yo pudiera decir algo que perjudicara su imagen. Tenía miedo de que yo pudiera hacer pública la verdad y así arruinar sus planes ocultos de destrucción de la Iglesia Católica.

Eso se lo manifesté a Georg [Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI. Nota de quien transcribe el texto.] cuando le dije: «parece que el «Papa» Francisco ya no me tiene confianza».

Las religiosas, cuidadosamente seleccionadas y cautelosamente adiestradas, que me acompañaban, tampoco eran de fiar. Yo me sentía muy solo, literalmente estaba dentro de una cárcel. No fueron pocas las veces que lloré ante el Santísimo Sacramento, quedándome absorto con la mirada fija en Cristo, pidiendo fortaleza para no desfallecer y sabiduría para hacer en todo la Voluntad de Dios. Mi secretario Georg sólo me observaba.

Fue durante el segundo año de mi exilio en la cárcel y precisamente con ocasión del cumpleaños de mi secretario, que dije éstas palabras: «Georg, hoy es un día especial para ti». Me dijo: «gracias Santidad». Y me miró fijamente. Continué diciéndole:

«¿sabes que mi verdadero programa de gobierno fue no hacer mi voluntad sino ponerme junto a toda la Iglesia a la escucha de la Palabra y de la Voluntad del Señor y dejarme conducir por Él?». Me respondió: «Sí Santo Padre, me consta». [continúa hablando Benedicto XVI. Nota de quien transcribe éste mensaje.] «Georg, hoy quiero decirte que es Nuestro Señor Jesucristo quien en éste momento de aparente inutilidad mía, conduce a la Iglesia en ésta hora de nuestra historia y la llevará a feliz término porque Él prometió que los poderes del Infierno no prevalecerán sobre la Iglesia. ¿Crees esto que te digo?» Me dijo: «si Santidad», y se hizo un gran silencio en torno nuestro, y nos quedamos mirando. Por primera y única vez, en su mirada, vi un vestigio de amistad sincera. Fue aquí cuando al interior de mi alma pedí al Señor por la conversión de Georg y de todos mis enemigos y dije en lo profundo de mi corazón: «Señor, perdónales porque no saben lo que hacen».

Ciertamente, estuve en la Escuela del silencio de María, que todo lo guardaba en su Corazón, y entre las muchas cosas que aprendí en éste doloroso exilio fue a guardar silencio. El silencio no es flaqueza, el silencio no es miedo o cobardía, el silencio es sabiduría de Dios, es prudencia. Y el verdaderamente sabio es aquel que sabe callar, y cuándo callar, y no el que mucho habla. Y hay ocasiones en que el Espíritu Santo inspira cuando hablar o callar.

El silencio del justo apremia a la justicia de Dios a actuar, porque nos ponemos en las manos de Dios, el Justo Juez.

Cuando inicié mi Pontificado, expresé claramente que me ponía junto con la Iglesia, a la escucha de la Palabra de Dios, para hacer siempre su Santa Voluntad. Siempre dócil a su palabra. Siempre dispuesto a perdonar las veces que fuera necesario, y dar una segunda oportunidad, porque son las almas lo que debe apremiar a un verdadero Pastor, siempre evitando juzgar para no ser juzgado, y dispuesto a corregir en caso que fuere necesario, y aunque reconozco que humanamente se tienen flaquezas, y yo las tuve, también es cierto, que nunca me solté de la Mano de Dios, siempre en la barca, y aunque fueron muchas las tormentas que la sacudían, nunca desconfié del poder de Dios. A pesar de mis muchas falencias siempre permanecí fiel al Señor repitiendo en mi corazón las palabras de Pedro: «Señor, tú lo sabes, tu sabes que te amo».

Fue muy doloroso para mi quebrantada humanidad descubrir que me estaban envenenando lentamente, porque sin que se dieran cuenta, accidentalmente escuché a Monseñor Georg Gänswein dar órdenes de parte de Francisco a las religiosas que me servían. Escuché que dijo [le dice el Papa Benedicto XVI a la vidente]: «continúen dándole la medicina. Háganlo todo de manera que parezca muy natural. No levanten sospechas. No pregunten. Órdenes de arriba. No se preocupen que serán bien recompensadas». Yo hice como que no escuché nada [dice benedicto XVI a la vidente. Nota de quien transcribe éste texto.].

Y desde allí fue un tormento cada alimento o medicina que me daban. Evitaba comer por miedo a que estuviera envenenado, y ésta falta de alimento resquebrajó aún más mi salud, que de por sí ya era frágil. Siempre bendecía las medicinas porque estaba seguro que las cambiaban. Mi vida en prisión, que duró casi 10 años, estaba por expirar. Dios tenía prisa de mí. Aunque hubiera querido hablar claramente no podía hacerlo. Tampoco me hubieran creído. Habrían desvirtuado mis palabras. No tenía a nadie alrededor de mi entera confianza. Fue una situación altamente estresante. Entonces Dios me iluminó para que pudiera comunicarme de algún modo a través de claves y parábolas [es lo que algunas personas ya descubrieron y lo denominaron «código Ratzinger» pues escribía de forma que quien tenga la capacidad para hacerlo, pudiera leer entre líneas. Nota de quien transcribe este texto.]. Fue a través de los libros, en la esperanza que al menos alguien comprendiera mi lenguaje.

Con motivo de mi 95 cumpleaños Francisco me visitó y me llevó una botella de vino y un dulce de leche y pidió quedarse a solas conmigo. Nunca pensé que el cinismo y la capacidad para hacer el mal fueran a ser tan elevados en él. Comprobé una vez más su odio por mí, por la Iglesia, y sobre todo un odio desmedido hacia la Madre de Dios.

Siempre me consideré un hombre pacífico y diplomático; ¿qué podía hacer? Sólo sufrir en silencio, en medio de una gran soledad, porque al final de mi vida, en perfecta conformación a Cristo sufriente, también me vi abandonado de todo Auxilio Divino.

Era parte de mi purificación. Así lo comprendí. Mi cargo como Vicario de Cristo requería una gran purificación.

Mucho se me confió y dentro de poco tendría que dar cuentas a Dios de toda mi administración. No sólo debía dar cuentas de mi propia alma, como cristiano bautizado, sino de toda la Iglesia. ¡Qué gran responsabilidad! ¡Qué cruz tan pesada es ser Papa! A partir de ese momento lo tuve todo claro, y ese conocimiento me generaba un doble sufrimiento.

En confesión, y con su forma aduladora habitual de una falsa hermandad, Francisco me dijo en tono de burla y de la manera más cínica y despiadada, que disfrutaba teniendo la Iglesia en sus manos, que la iba a destruir por completo, y a sepultar la Eucaristía para siempre. Me dijo «borraré a tu Dios de la faz de la Tierra. Tengo muchos aliados que me ayudan, no sólo desde dentro, sino desde fuera. La Curia está arrodillada a mis pies, y el Colegio de Cardenales son unos perros fieles, tú lo sabes. No puedes negar que son fieles obedeciendo» y se sonrió con picardía. «Aquí te los he traído [nota: quien transcribe ésta frase no la entiende, pero la transcribe tal y como la ha visto pronunciada. Puede que se refiera a la botella de vino y el dulce de leche que había traído Francisco a Benedicto XVI el día del cumpleaños de Benedicto.] y por si no lo sabes te lo confirmo. Tómalo como una condescendencia de mi parte. No soy tan malo como dicen». Y volvió a sonreir, ésta vez fríamente. Me dio terror su mirada, y tenerlo enfrente de mí, era como ver a Satanás.

Me confesó que uno de sus objetivos era enlodar a la Madre de Dios, de ser posible borrar los dogmas, y pisotear la Eucaristía. Me dijo que iba a exterminar el Rito Extraordinario de un sólo plumazo, y sólo dejaría el actual con sus muchas profanaciones y sacrilegios. Al final [se entiende que quiere decir algo así, como «al fin y al cabo». Nota de quien transcribe éste texto.], había sido elaborado el nuevo rito por un masón experto en liturgia. Confesó que había sentido placer cuando fue al Tepeyac, y la insultó en su cara, a la Reina del Cielo [está hablando de su visita a México. Nota de quien transcribe.].

Y luego disfrutó mucho la pantomima que hizo con una supuesta Consagración de Rusia y el Mundo al Inmaculado Corazón de María, me dijo acercándose aún más y con ironía: «¿quieres saber a quién invoqué frente a la imagen tan querida de la Virgen de Fátima?». Le respondí que no era necesario. Me dijo que de todas maneras me lo iba a decir, porque sabía que me iba a doler. Dijo, [Ave María Purísima]: «invoqué al rey de las Tinieblas, ¿me comprendes?». Yo me quedé en total silencio.

Luego dijo: «hay abuelo, reconozco que mucho me he divertido, pero ya va siendo tiempo de terminar el teatro. Los católicos son ignorantes y sin cerebro [observemos que Francisco habla de los católicos en tercera persona del plural. Dice «…los católicos son…». Por tanto, él mismo no se considera católico. Nota de quien transcribe.], y conviene que continúen así, obedientes y sumisos a todo cuanto se les dice», y volvió a sonreír.

Me confesó que lo que más satisfacción le daba era verme sufrir. Me dijo que lo disfrutaba, y que yo era su premio. Que mi vida la tenía en sus manos. Que a la hora que él quisiera me desterraba para siempre, que no era la primera vez que lo hacía, y que la verdad, eso a él no le importaba. Me dijo: «¿Sabes qué es la Eutanasia?». Y sonrió sacudiendo la cabeza y mirándome fijamente me dijo: «¿estás sufriendo?». Yo estaba horrorizado de todo lo que le escuchaba decir, no podía creer tanta maldad. Lo que abundaba en su corazón era odio, y sólo abominaciones brotaban de sus labios.

Al instante me dijo: «Santo Padre, no te preocupes que pronto se acortará tu sufrimiento. Te lo prometo». Me quedó mirando [traducido al español de España significaría «se me quedó mirando»], y le respondí: «no tienes temor de Dios», y me dijo: «yo no conozco el miedo», y agregó: «¿temor? ¿Qué es el temor?». En ese momento se puso de pie y me dijo: «suficiente la conversación por hoy, ahora vamos a salir y tu vas a sonreír como de costumbre. Que se note el aprecio que nos tenemos.

Nadie debe saber de ésta conversación. Recuerda la gravedad del sigilo de la confesión.

De lo contrario te irá peor. ¿Me hago entender Santo Padre?». Yo guardé silencio, y salimos.

Todo cambió desde ese momento. Me sentí realmente abatido. Muy abatido ante lo que acababa de escuchar. Sólo Dios sabe cuánto sufrí esa noche y a partir de ese día. Su visita me había dejado realmente horrorizado, y desde esa noche mi sueño se hizo aún más ligero. Casi siempre padecía de insomnio. Todo el tiempo hasta el final, escuchaba en mis oídos las palabras de Francisco, y cómo él me decía graciosamente: «la función debe continuar». Sólo hasta ese momento me di cuenta de lo que realmente significaba aquella frase «la función debe continuar».

Lo que me dijo me quedó torturando en mi mente hasta el día de mi muerte. Sus palabras sonando en mis oídos todo el tiempo fueron un martirio para mí, y lo peor, sin poder decir nada. Me sentía agonizar, y ésta confesión de Francisco me provocó el infarto que terminó con mi vida. Ni siquiera fue el veneno que me suministraban lentamente. Lo que realmente provocó mi muerte fue el dolor en mi corazón después de haber escuchado tal confesión [nota de quien transcribe éste texto: después de consultarlo, me dicen que se refiere a muerte en sentido figurado. Un tremendo dolor espiritual, no a una muerte física.]. Ante esto me decía a mi mismo: «es el destructor de la Iglesia y está claro que está bajo la influencia de Satanás». Entonces mi pensamiento voló a Fátima [pues todo esto estaba revelado en la tercera parte del secreto de Fátima. Nota de quien transcribe.], y unas lágrimas brotaron de mis ojos. Tenía la certeza que mis días estaban contados, y que pronto se cerraría el telón de mi vida.

El encargado de acortar esos días era mi carcelero, mi aparente fiel secretario Gänswein.

A él le habían encomendado esa tarea, y debía llevarla a cabo sin dejar la menor sospecha de que fuera un asesinato. El día anterior a mi muerte, mi secretario recibió una llamada; era Francisco. Y le dijo ésta frase: «ya es hora», y colgó. Yo escuché porque estaba cerca de mí, y él creyó que yo estaba dormido. No me opuse a mis verdugos y esperé pacientemente mi final. ¿Qué más podía decir o hacer si estaba totalmente incomunicado y vigilado las 24 horas del día, si quienes tienen realmente el control al interior de la Curia Vaticana, y que ahora son mayoría gracias a Francisco, manipulaban la información, y se publicaba una verdad convenientemente acomodada, y generosamente bien pagada por el propio Vaticano?

No es un secreto que ha habido muchos Papas asesinados y envenenados a lo largo de la historia, por los propios Cardenales masones infiltrados al interior del Gobierno Central [de la Iglesia. Nota de quien transcribe.] llegados a ser Secretarios de Estado. A muchos de éstos asesinatos, los han hecho pasar como muerte natural o infartos, y para borrar cualquier posible sospecha, los canonizan. Como para citar sólo un ejemplo, están los expedientes del Papa Juan Pablo I, el gran Juan Pablo II a quien hicieron varios intentos fallidos, y al final lo silenciaron gracias a una intervención en la garganta, innecesaria, y convenientemente ejecutada. Por último estoy yo, y puedo asegurar que hay muchas maneras de asesinar.

Su mirar era un mirar al infinito [dice la vidente refiriéndose al Papa Benedicto XVI].

No podía creer lo que estaba escuchando [dice la vidente]. Sentía gran dolor en mi corazón y una gran indignación. Pero allí estaba, sentada al borde de mi cama, en total silencio, escribiendo, cual si fuera la secretaria del Papa, y me decía: «¡qué horror Dios mío! ¡cuánta maldad!». En esto el Santo Padre me quedó mirando [traducido al español de España sería: se me quedó mirando.] y me dijo: «sé fuerte, y continúa escribiendo, aún me queda mucho que decir». «Todo ésto ya forma parte de la historia». «Escribe hija». Dije: «le escucho Santo Padre». Y continuó.

[Habla Benedicto XVI de nuevo a la vidente] Siempre vestí como Papa con sotana blanca, en la esperanza que el mundo se diera cuenta que nunca renuncié y que me vi presionado a actuar y tomar decisiones en bien de la Iglesia. En las pocas comunicaciones que lograba tener, siempre usaba un lenguaje velado para no levantar sospechas de mis enemigos que me vigilaban todo el tiempo.

Convenía que fuera extremadamente prudente. Eran muchos mis enemigos, y con muchos micrófonos. Ahora gozo de una gran paz, porque Dios es justo y su tiempo perfecto. Éstos son tiempos en que muchos se creen dueños de la Verdad y conocedores de Ella. La Verdad es Una sóla: Cristo. Y sólo a Él debemos permanecer siempre fieles aunque cueste la vida, como a mí.

El 8 de diciembre de 2022, en un gesto de confianza y buena voluntad, avisé a mi secretario que había escrito varias cartas [dice el Papa Benedicto XVI a la vidente], y mi última declaración Encíclica [bajo el siguiente título]: MARIA CORRDEDENTORA, MEDIADORA, Y ABOGADA. Se lo dije animado en gran medida por mi predecesor, el gran San Juan Pablo II, fiel defensor de María Corredentora al pie de la Cruz. Le dije a mi secretario el lugar donde estaban. Su sorpresa no se hizo esperar. Me dijo:

«¿cartas?», y a la vez, me dijo con una sonrisa obligada, que me agradecía el voto de confianza.

Le advertí que éstas cartas tenían carácter confidencial, y estaban dirigidas en primera instancia, al Gobierno Central [Gobierno Central de la Iglesia. Nota de quien transcribe éste texto.], la Curia Vaticana, a la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Liturgia, al Colegio Cardenalicio, a los señores Cardenales Gerhard Ludwig Müller, Cardenal Raymond Leo Burke, al Cardenal Zen, al Cardenal Robert Sarah, a la Fraternidad Sacerdotal San Pio X y San Pablo.

Redacté una carta dirigida a los Sacerdotes y Seminaristas, donde les invitaba a tratar siempre de ser Sacerdotes ejemplares, animados por una oración constante e intensa, cultivando la Castidad y la intimidad con Cristo, enfatizando que el Sacerdote debe ser según el Corazón de Cristo, y que sólo así, el Ministerio Sacerdotal tendría éxito y fruto apostólico, aconsejándoles no dejarse tentar jamás por la lógica de la carrera y el poder.

Palabras que con frecuencia solía decir a los Sacerdotes y Seminaristas.

Por último, les exhortaba a no cometer el error de dar la Comunión en la mano, y a reparar en atención al pedido de la Madre de Dios. También escribí [revela Benedicto a la vidente] cartas a los Institutos de Vida Consagrada, a los señores periodistas de todo el mundo, y a mi buen amigo teólogo Giulio Colombi. Por último dirigí una carta abierta al pueblo de Dios. Le enfaticé a Georg, que aquellas cartas debían ser públicas tres días después de mi muerte, a lo que me dio su palabra [que se sepa, a fecha de hoy 26 de Junio de 2023, aún no hay nada publicado. Nota de quien transcribe éste texto.].

En mi tarea de imitar de Cristo, que hasta el final tuvo consigo al traidor y pérfido Judas Iscariote, reflejo de los traidores que se verían dentro de la misma Iglesia, yo también tuve a Georg, a quien hasta el último momento, le demostré sincero afecto, confianza y paciencia, queriendo para bien de su alma, su conversión, conocedor como estaba [en el español de España se diría «conocedor como era…»] que pronto vería en él cometer la peor de sus traiciones y el mayor de los asesinatos.

Seguro como estaba de la traición de mi secretario, opté prudentemente por entregar copias de éstas cartas a mi gran amigo Giulio Colombi [fallecido el día 1 de enero de 2023, es decir, un día después del fallecimiento de Benedicto XVI. Nota de quien transcribe éste texto.] en su última visita, concedida por un milagro de Dios a través de mi secretario Gänswein, después de mucho rogarle discretamente y sin levantar sospechas. Le expresé a Giulio rápidamente lo que sucedía, y le solicité que tras mi muerte, que era inminente, hiciera públicos éstos documentos, e hiciera llegar copias a cada uno de los miembros del Colegio Cardenalicio para que a su vez, tomaran las decisiones correspondientes, y tras mi muerte, convocaran un Cónclave legítimo [es de suponer que en éstos documentos que preparó Benedicto XVI, estaban expresadas las intrucciones para que el Cónclave fuera realmente legítimo, dado que en ese momento no se daban las condiciones para tal Cónclave. No sabemos si a Guliu Colombi le dio tiempo de entregar copias de éstas cartas a quienes le encargó Benedicto XVI que lo hiciera, ya que falleció un día después de hacerlo Benedicto XVI, como hemos comentado antes. Nota de quien transcribe éste texto.].

Con motivo de éste acto de confianza que brindé a mi secretario, él, disimuladamente y a traición, le comunicó todo a Francisco [el asunto de las cartas y la Encíclica]. LA ENCÍCLICA DE MARÍA CORREDENTORA QUE HABÍA ESCRITO DONDE PROCLAMABA DOGMÁTICAMENTE LA CORREDENCIÓN DE LA MADRE DE DIOS [no conocemos el contenido de esas cartas y Encíclica, pero bien pudiera haber sido proclamado el Dogma por el propio Benedicto el pasado 31 de Mayo de 2022, tal y como pidió la Virgen a Ida Peerdeman en Amsterdam en sus apariciones entre 1945 y 1959, sin haberse hecho público. No lo sabemos dado que ni las cartas, ni la Encíclica han sido aún hechos públicos].

[Continúa diciendo el Papa Benedicto a la vidente] Sin que él se percatara y gracias al volumen de su teléfono, pude escuchar que Francisco dio la orden de quemarlo todo. Y agregó: «no conviene que dejes nada comprometedor», a lo que Georg respondió: «así lo haré», y colgó. El no se dio cuenta que yo lo había escuchado todo.

A sabiendas de la traición de mi secretario Georg Gänswein y como una última oportunidad para él de reivindicarse con Dios, le recomendé expresamente la Carta Encíclica, que terminé de redactar el 25 de Marzo del año 2022 [de nuevo comentar que posiblemente junto con ésta Carta Encíclica estaban las instrucciones para una declaración solemne de Maria Corredentora, Medianera y abogada, un día 31 de Mayo, pues así lo pidió la Virgen a Ida Peerdeman, en Amsterdam, en sus apariciones bajo el título de Nuestra Señora de Todos los Pueblos], de mi puño y letra, donde después de tres años, con sus días y noches, en profunda oración, y pidiendo a Dios se dignara iluminar a su siervo con su Santo Espíritu, conocedor de toda la documentación completa y precisa que reposa en los archivos, y que acompaña a éste nuevo Dogma Mariano, DECLARABA SOLEMNE Y DOGMÁTICAMENTE EL ROL REVELADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, COMO LA MADRE ESPIRITUAL DE TODOS LOS PUEBLOS BAJO SUS TRES ASPECTOS PRINCIPALES: CORREDENTORA, MEDIADORA, Y ABOGADA, permitiéndole ejercer plenamente su Maternidad Espiritual, Don que su Hijo Jesucristo le dio en la Cruz, para la Humanidad entera de todos los tiempos.

La encíclica decía: «LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA ES NUESTRA MADRE EN EL ORDEN DE LA GRACIAS, CORREDENTORA, MEDIADORA Y ABOGADA, CUYA MATERNIDAD ES UNIVERSAL, ALCANZANDO A TODOS LOS PUEBLOS Y RAZAS DESDE LA CREACIÓN DEL MUNDO, A PARTIR DE LA REDENCIÓN REALIZADA POR SU HIJO JESUCRISTO. Hoy más que nunca, apremia la intercesión de la Madre de Dios, ante la crisis sin precedentes de Fe, Familia, Sociedad y Paz que marcan la condición humana actual».

Estoy convencido [agrega Benedicto] que ésta definición Papal de la Maternidad Espiritual de la Santísima Virgen María, será un remedio extraordinario a la actual crisis global que amenaza hoy a la humanidad. Y firmaba [dice Benedicto]: Benedictus PP XVI. [Nota: las dos «p», que en la firma aparecen como «PP», son las iniciales de Pastor Pastorum en latín, cuyo significado es Pastor de Pastores. Es decir, Sumo Pontífice o Papa, y dado que no puede haber dos Papas al mismo tiempo, si damos este mensaje por auténtico, damos también por hecho que Francisco no es verdadero Papa, o dicho de otra forma, es un Falso Papa.]

Al terminar de redactar ésta Carta Encíclica, se me concedió una señal de lo Alto. En mi corazón tuve la certeza que mi carrera había llegado a su fin, era lo último que debía hacer como Sumo Pontífice, y [tuve la certeza] que comenzaba a partir de ese momento, la cuenta regresiva. Me sentí en ese momento como la omega, cerrando un ciclo en la Iglesia, y dando inicio a una nueva y fuerte persecución religiosa.

Aquella última madrugada no podía dormir, respiraba con dificultad, mis noches de insomnio eran cada vez más prolongadas, y no era para menos, ya que la situación que estaba viviendo lo ameritaba. Me angustiaba la situación que estaba atravesando la Iglesia, pero era consciente que el Señor tenía todo bajo control. Mi estado de ánimo no era el mejor. Me sentía cansado y muy abrumado con todo lo que sabía que estaba sucediendo. La confesión de Francisco atormentándome día y noche, y que me era imposible hablar dada mi situación, y sobre todo el sigilo de la confesión [no entiendo muy bien a qué sigilo se refiere puesto que Francisco nunca se confesó con Benedicto, sino que más bien le confesó sus malévolas intenciones y actos. Por alguna razón Benedicto pensó que debía guardar silencio, como si de la confesión de un pecador arrepentido se tratara, o quizás en su ingenuidad de niño, y gran humildad, entendió que debía guardar eso como si le hubieran confesado un secreto que no debe decir a nadie. Nota de quien transcribe éste texto.] Sacerdotal que es inviolable.

Me atormentaba generar un escándalo sin precedentes. Mi comunicación con el mundo se mantuvo velada. Era casi un grito en el silencio, en mi larga y penosa agonía.

Entonces, fue cuando entró mi secretario Gänswein en horas de la madrugada. Creyó que estaba dormido pues había pasado varias malas noches. Él estaba convencido que me había logrado engañar todos éstos años que obligadamente tuvimos que convivir juntos.

Para su sorpresa yo me encontraba despierto. Estaba rezando el Santo Rosario a mi buena y dulce Madre, mi Compañera en éste exilio, María Corredentora. ¿Qué mejor Compañera que Ella siempre fiel a su Hijo Jesucristo y firme al pie de la Cruz? Georg se me acercó y me dijo: «Santidad, ¿no puede dormir? Debo suministrarle ésta medicina». Yo [dice Benedicto] estaba preparado, y Dios me hizo saber que había llegado mi hora de partir.

Entonces me quedé mirándolo fíjamente a los ojos. Él me miró, y rápidamente esquivó su mirada. Su mirada fue fría. Era como la mirada de un cadáver. Yo me armé de valor y le dije: «Georg, ¿alguna vez has pensado en mi muerte?». El me dijo: «no, Santidad».

Yo le dije: «deberías de hacerlo, y examinar con frecuencia tu conciencia. Es muy saludable para el alma. La vida es muy corta, y un día tendrás que dar cuenta a Dios de tu vida», y el me dijo: «Santidad, ¿porqué éstas palabras?». En un tono muy bajito, y con gran dificultad respiratoria, le respondí: «Gänswein, hace tiempo que estás conmigo ¿y aún no me conoces?». Lo que tienes que hacer hazlo ya, y sin rodeos, pero recuerda que un día tendrás que dar cuentas a Dios, no lo olvides. Y nos quedamos mirando fíjamente y en silencio.

Entonces mi secretario se sorprendió a sí mismo, y comprendió que yo había descubierto su engaño, y que al final el engañado fue él. Entonces me inyectó, y me dijo al oído: «es hora de terminar la función». Yo estaba preparado y en oración, y contrario a sus deseos me encontraba en paz, esa paz que sólo Dios puede dar al alma, y alcancé a susurrarle: «los perdono a todos de corazón», y entrando en agonía mis últimas palabras fueron: «Señor te amo, tu me conoces y sabes que te amo», y me dormí como quien se duerme en los brazos de su madre.

A lo largo de mi doloroso Pontificado, me refiero a los 8 años de ejercicio activo, y los casi 10 años de actividad contemplativa fui sometido a duras críticas y humillaciones.

Toda mi vida fue sometida a escarnio público y sin misericordia. Pero las más dolorosas humillaciones que recibí fue cuando viajé a Berlín y Obispos y cardenales alemanes me negaron el saludo. La otra humillación y más grande la recibí el día de mi propio funeral, de parte de mis verdugos.

Cuando aquel 19 de Abril [de 2005] acepté asumir el Ministerio Petrino, tuve ésta firme certeza que siempre me acompañó. La certeza de la vida de la Iglesia por la Palabra de Dios. En aquel momento, como en algunas ocasiones, lo expresé en público. Las palabras que resonaron en mi corazón fueron éstas: «Señor, ¿porqué me pides esto? Y ¿Qué me pides? Es un peso grande el que pones en mis hombros, pero si Tú me lo pides, por Tu Palabra echaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, también con todas mis debilidades».

En éstas palabras tendrán la certeza que soy yo quien hablo. Al final de mi vida, puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir cotidianamente su presencia, he tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles, me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca en el lago de Galilea. El Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante. Ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir, pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor, y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es de Él, y el Señor no deja que se hunda. Es Él quien la conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. Ésta ha sido, y es una certeza que nada ni nadie puede empañar, y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios, porque jamás ha dejado que falte a toda la Iglesia, y tampoco a mí, su Consuelo, su Luz y su Amor.

Yo [dice Benedicto], os he querido a todos y cada uno, sin distinciones, con esa caridad pastoral que es el corazón de todo Pastor, sobre todo, del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. He llevado a cada uno de vosotros en la oración con el corazón de Padre. Deseo que mi saludo y agradecimiento llegue a todos. Quiero que mi corazón se extienda al mundo entero. Ahora, al término de mi carrera, puedo asegurar que el Papa nunca está solo, siempre el Señor estuvo conmigo, conmigo se fatigó, conmigo descansó, conmigo se alegró por la abundante pesca, y conmigo lloró. Todo esto experimentó mi corazón a lo largo de todo mi Pontificado, hasta el último día, el de mi muerte. Mi «si», fue una entrega total a Dios y a su Obra Redentora, fue un «si» para siempre en el Corazón Inmaculado de María, nunca abandoné la cruz como muchos aseguraron, sino que permanecí de manera nueva junto al Señor crucificado, firme con María al pie de la Cruz de mi Señor.

Ahora quiero pedirte un último favor [dice Benedicto a la vidente]. Le escucho Santidad [responde la vidente a Benedicto XVI]. Quiero que publiques éste escrito en los medios de comunicación, sin omitir ningún detalle, tal como te lo he redactado, pues todo es de gran importancia para la Iglesia, no tengas miedo. Comprendo que es una misión delicada lo que te pido. ¿Puedo confiar en ti? [pregunta Benedicto]. Santidad, por supuesto que puede contar conmigo, yo seré su secretaria si me lo permite [responde la vidente]. Hazlo y no temas a las posibles represalias que pueda generar éste escrito, deseo que llegue a la Curia Vaticana, a todos y cada uno de los miembros del Colegio Cardenalicio [dice Benedicto a la vidente].

La vidente: Santo Padre, ¿puedo hacerle una pregunta?

Benedicto XVI: Escucho.

La Vidente: Tras su muerte se hizo público un testamento espiritual supuestamente suyo. ¿Es cierto? ¿Es suyo?

Benedicto XVI: Con respecto a mi testamento espiritual te diré que ha sido publicado de manera incompleta. Cada pontífice es libre de escribir un testamento espiritual. Yo quise escribirlo en dos partes. Decidí hacerlo así por las delicadas amenazas que pesaban sobre mí en ese momento, y sobre todo, por la amenaza del cisma dentro de la Iglesia. Fue una situación tan complicada que llegaron incluso a amenazarme con ponerme en la cárcel verdadera si yo no accedía a las demandas, presión que se veía clara, provenía de los EEUU y del Gobierno de China. Ésta fue la razón por la que no podía escribir un testamento completo, y se me ocurrió hacerlo en dos partes. La parte que hicieron pública la llamé «alfa», y la segunda parte del testamento la llamé «omega». Ésta segunda parte la quemaron, junto con las cartas, y la encíclica que había escrito. Ésta segunda parte es la que acabo de dictarte. Por eso éste documento es de gran importancia, y conviene que lo saques a la luz. Ésta misión requiere de tu valentía.

La vidente: Comprendo Santidad.

Benedicto XVI: Con respecto a mi secretario te diré que volvió a usarme para sacar provecho en su propio beneficio. Me refiero también al libro que ha publicado de su autoría. Muchas de sus confesiones son convenientemente acomodadas. Solo busca ser un distractor y no dice nada de lo que en realidad debería decir. Pero eso ahora es irrelevante. El verdadero Testamento, y más que un Testamento, es éste documento que acabo de dictarte y que dejo por escrito, gracias a ti, que eres la secretaria del Señor, y ahora, la mía.

Antes de finalizar, deseo enviar un mensaje de fe a través de vuestra comunidad, a todas las comunidades religiosas, en éste día, vosotras que cooperáis a la vida, y a la misión de la Iglesia en el mundo, os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación, que vuestra vida se convierta en un evangélico signo de contradicción, para un mundo que cada vez se aleja más de Dios y de su Amor. Un mundo que quiere caminar sin Dios es un mundo sin esperanza.

Revestíos frágiles doncellas de Jesucristo, y portad las armas de la Luz, como exhorta el Apóstol san Pablo, permaneciendo despiertas y vigilantes. Tened siempre presente que la alegría de la vida consagrada pasa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Corredentora. En ésta fiesta [se refiere al día de la aparición de Benedicto XVI a la hermana, día 2 de febrero de 2023, fiesta de la Candelaria], os deseo que en vosotras la buena nueva se viva, testimonie, anuncie, y resplandezca como palabra de Verdad. Vosotras sois los pararrayos de la Iglesia.

Permaneced firmes al pie de la Cruz junto a María, la Madre de Dios. Dile a todos que yo estoy junto a Dios. Me voy, pero me quedo acompañando a la Iglesia en su Purificación hasta el Calvario, para luego ser embellecida con la misma Gloria del Esposo.

Queridos amigos, Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y sobre todo en los momentos difíciles, no pierdan nunca ésta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. Que en el corazón de cada uno de vosotros esté siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado. El no nos abandona, Él está cerca de nosotros y nos cubre con su Amor.

Invoco sobre toda la Iglesia, la protección constante de María Corredentora y de los Apóstoles San Pedro y San Pablo y a todos los hijos de Dios os imparto con afecto la Bendición Apostólica. Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

La vidente: Santidad ¿y ahora su firma?

Benedicto XVI: Escribe: Benedictus PP XVI [PP significa Pastor Pastorum, es decir, Pastor de Pastores, o lo que es lo mismo, Sumo Pontífice. Nota de quien transcribe éste texto.]

Su Santidad desapareció dejando un suave aroma de violetas. Mi corazón [dice la vidente] quedó con una gran nostalgia, y no pude contener las lágrimas. ¡Cómo me hubiera gustado darle un abrazo!

Fin del texto revelado por Benedicto XVI a una vidente que de momento prefiere el anonimato.

Recen por el Papa Benedicto XVI, que está en peligro de ser exiliado de Roma

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹

20 de marzo de 2012

Mi niña, hay una quietud, como la de la calma antes de la tormenta, ya que la Iglesia Católica pronto estará sumergida en una crisis.

Os hago una llamada a todos mis hijos de todas partes, para rezar por el Papa Benedicto XVI, que está en peligro de ser exiliado de Roma.

Él, el Santísimo Vicario de la Iglesia Católica, es odiado en muchos sectores dentro del Vaticano.

Un malvado complot, planeado desde hace más de un año, será visto por todo el mundo en breve.

Rezad, rezad, rezad por todos los siervos consagrados  de Dios en la Iglesia Católica, que serán perseguidos por la gran división dentro de la Iglesia, la cual sucederá pronto.

El gran cisma será presenciado por el mundo entero, pero éste no se notará que sea el caso inmediatamente.

El Falso Papa está esperando revelarse al mundo.

Hijos, nó os dejéis engañar, porque él no será de Dios.

Las llaves de Roma han sido devueltas a mi Padre, Dios el Altísimo, quien gobernará desde los Cielos.

Gran responsabilidad será puesta sobre todos aquellos santos sacerdotes, obispos y cardenales, que aman a mi Hijo muy entrañablemente.

Ellos necesitarán mucha valentía y fortaleza divina para liderar a las almas hacia el Nuevo Paraíso.

Todo esfuerzo hecho por estos santos discípulos para preparar a las almas para la Segunda Venida de mi querido Hijo, será opuesto por el otro lado oscuro.

Insto a todos mis hijos a rezar por la fortaleza necesaria, mientras el anticristo y su socio, el falso profeta, aumentarán en protagonismo.

Debéis pedirme a Mí, la Madre de la Salvación, Oraciones para asegurar que la Iglesia Católica sea salvada y que la Verdadera Palabra de mi Hijo esté a salvo.

La verdad de la promesa de Mi Hijo para regresar en Gran Gloria, se manipulará.

A vosotros, Mis queridos hijos, se os darán una serie de falsedades, las cuales se esperará que honréis y aceptéis en el Santo Nombre de Mi Hijo.

Mi Cruzada de Oración (38) debe ser rezada durante el próximo mes, todos los días, para asegurar que los santos sacerdotes de Dios, no caigan en el malvado engaño que está siendo planeado por el Falso Profeta y sus seguidores:

“Oh Bendita Madre de la Salvación,

por favor pide por la Iglesia Católica en estos tiempos difíciles y por nuestro bienamado Papa Benedicto XVI, para aliviar su sufrimiento.

Te pedimos, Madre de la Salvación, que cubras a los siervos consagrados de Dios con tu Santo Manto, para que así les sean dadas las Gracias para ser fuertes, fieles y valientes durante las pruebas que afronten.

Pide también que ellos cuiden de su rebaño de acuerdo con las Verdaderas Enseñanzas de la Iglesia Católica.

Oh Santa Madre de Dios, danos a tu Iglesia remanente en la Tierra, el don del liderazgo para que así podamos ayudar a guiar a las almas hacia el Reino de tu Hijo.

Te pedimos, Madre de la Salvación, que mantengas al engañador alejado de los seguidores de tu Hijo, que buscan salvaguardar sus almas, para que sean dignos de entrar por las Puertas del Nuevo Paraíso en la TierraAmén.“

Id hijos y rezad por la renovación de la Iglesia y por la seguridad de aquellos siervos consagrados  que sufrirán por su fé bajo el dominio del Falso Profeta.

 María, Madre de la Salvación

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