El fariseísmo, lejos de haber desaparecido o estar en trance de hacerlo, se muestra más robusto y rozagante que nunca. ¿Cómo es posible esto, si España ha renegado de la fe de sus padres?
Por Juan Manuel de Prada
Glosábamos en un artículo anterior la tesis de Leonardo Castellani, que hallaba la razón última de la decadencia española en una religiosidad teatrera que, hacia el siglo XIX, habría cristalizado en fariseísmo, una ‘esclerosis religiosa’ que, en sus versiones más extremas, puede llegar al crimen. Pues el fariseo, que al principio se conforma con ser hipócrita y santurrón, con el tiempo llega a despreciar y aborrecer a los auténticos creyentes, a los que termina persiguiendo con saña y fanatismo implacables. Puesto que la España actual ha dejado de ser un país religioso, podríamos considerar que la plaga del fariseísmo ha desaparecido también. Muerta la fe –podríamos pensar–, se muere también su tumoración o excrecencia parásita, con lo que al fin España se aprestaría a iniciar una nueva era de esplendor. «¡Muerto el perro se acabó la rabia!», podríamos exclamar, alborozados, en el umbral de una nueva Edad de Oro.
Pero el fariseísmo, lejos de haber desaparecido o estar en trance de hacerlo, se muestra más robusto y rozagante que nunca. ¿Cómo es posible esto, si España ha renegado de la fe de sus padres? Lo ha hecho, en efecto, pero no ha dejado de ser farisaica, por la sencilla razón de que ha encontrado sucedáneos religiosos a los que el fariseísmo puede aferrarse, sucedáneos que puede corromper y esclerotizar, utilizándolos incluso como instrumentos criminales. Para entender esta metamorfosis del fariseísmo, conviene recordar que el ser humano no puede dejar de ser ‘religioso’, como no puede dejar de ser bípedo: a medida que deja de adorar a Dios, empieza inevitablemente a adorar ídolos. Los antiguos no utilizaban jamás la palabra ‘ateo’ para referirse a la persona que había dejado de creer en la existencia de Dios, sino ‘idólatra’; pues, con sabiduría muy profunda, consideraban que ningún humano podía vivir sin adorar un ídolo. El becerro de oro, los placeres sensuales, las ideologías… incluso el petulante culto a uno mismo son sucedáneos religiosos, formas de idolatría que ocupan el hueco religioso, sustituyendo la fe en quienes carecen de ella y desplazándola o arrinconándola en tantas y tantas personas creyentes. Esta infestación idolátrica es hoy más invasiva y pujante que nunca, porque incluso las personas más propensas a la religiosidad encuentran multitud de idolatrías sustitutorias que reclaman su adoración: avances tecnológicos superferolíticos, descubrimientos científicos pasmosos, paradigmas ideológicos despampanantes, etcétera. Y todas estas idolatrías, además, resultan extraordinariamente ‘rentables‘; pues, adorándolas, podemos colgarnos una medalla de ciudadano fetén y obtener mil y una recompensas, desde las más magras e inocentes (el aplauso social, la palmadita en la espalda) hasta las más arteras y pingües (subvenciones y mamandurrias varias).
Así que la infestación idolátrica que hoy padecemos ha procurado un nuevo y opíparo caldo de cultivo al fariseísmo. La saña con que algunas estrellitas y asteroides televisivos señalaron y estigmatizaron durante la reciente plaga coronavírica a las personas que no se quisieron inocular las terapias génicas o placebos que supuestamente la combatían, el encono con que azuzaban a los gobernantes para que convirtieran a esas personas en chivos expiatorios, es de naturaleza indudablemente farisaica (sobre todo si consideramos que tales estrellitas o asteroides son gentes por completo ignaras en cuestiones de ciencia). Otra muestra muy expresiva del fariseísmo que hoy nos corroe nos la brindan esos politicastros infames que votan leyes abolicionistas de la prostitución y a continuación lo celebran en un burdel; o esos millonetis que acuden a las cumbres climáticas en jet privado. Y lo mismo estos millonetis y politicastros que las estrellitas y asteroides televisivos ‘contagian’ su fariseísmo a millones de zascandiles que, adhiriéndose hipócritamente a sus pronunciamientos farisaicos, esperan medrar, o siquiera ser aceptados socialmente. Así se hace el caldo aún más gordo al fariseísmo ambiental, tan gordo que el caldo incluso ha cristalizado en una ideología específicamente farisaica, nacida de la ‘corrección política’ (como finamente se ha dado en llamar el fariseísmo), la llamada ideología woke, que está colonizando por completo el imaginario colectivo con su amalgama aberrante de victimismo y estigmatización (‘cancelación’) para quien osa transgredir los dogmas impuestos por la idolatría reinante.
Hoy, más que en ninguna otra época, el fariseísmo se ha convertido en el cáncer de nuestra vida social. Y el destino irremisible de una sociedad tan desaforadamente farisaica es la decadencia.
Publicado en XL Semanal.
Los fariseos azotaron y asesinaron a muchos antes de finalmente crucificarme

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹
26 de agosto de 2013
Antes de que fuera crucificado, muchas mentiras llenas de odio fueron creadas acerca de Mí por Mis enemigos. Hubo reuniones celebradas por los fariseos, muchas veces, para decidir qué hacer respecto a Mí. No aceptaban, ni por un minuto, que Yo había sido enviado por Dios para salvar a la humanidad. Cómo me odiaron. Cómo gritaron y atormentaron a aquellos discípulos Míos, que fueron capturados por ellos.
Los fariseos azotaron y asesinaron a muchos antes de finalmente crucificarme. Su salvajismo y su maldad estaban en contra de la Enseñanza de Dios y la Santísima Biblia. Esto no los desalentó, mientras me persiguieron. Predicaban la Palabra de Dios y luego desafiaban la Palabra de Dios – todo al mismo tiempo. No solo me condenaron, sino que declararon que Dios nunca enviaría a un Mesías de este tipo. Menospreciaban a la gente humilde y pobre y a aquellos que consideraban que eran teológicamente ignorantes. Su odio por Mí asustó a muchas pobres almas, que asistían a los templos. Aquellos que les preguntaban por qué ellos, los fariseos, me condenaron, fueron ellos mismos condenados, por atreverse a cuestionar sus razones para rechazarme.
Hubo muchos falsos profetas predicando, mientras Yo caminaba en la Tierra y se me consideraba estar loco y no ser tolerado. Muchos de estos falsos profetas citaban del Libro del Génesis y hacían afirmaciones ridículas, que eran ofensivas a Dios, sin embargo eran toleradas y les era dada poca atención.
Aunque los milagros, los que realicé, fueron presenciados, ellos todavía no abrían sus ojos a la Verdad, porque no querían ver. Los sacerdotes de entonces ofrecieron muchos discursos públicos, que me condenaban como siendo el hijo de Satanás y advirtieron a aquellos que fueron vistos asociarse Conmigo que ellos serían expulsados de los templos. Me rechazaron porque no podían aceptar Mi origen humilde y porque no era educado a sus altas expectativas. Por lo tanto, concluyeron, Yo no podía posiblemente ser el Mesías. Pensaron que el Mesías vendría de dentro de sus propias filas. Y en consecuencia, detestaban todo sobre Mí. Se sintieron amenazados por Mis Palabras, las que a pesar de su rechazo a Mí, los tocaban de alguna manera, que ellos no comprendían.
No estaban preparados para Mi Primera Venida. Ciertamente ellos no están preparados para Mi Segunda Venida, hoy. Cualquiera que se atreva a decir que es un profeta, enviado para advertir a los hijos de Dios de la Segunda Venida, será tolerado, una vez que no revele la Verdad. Pero cuando un verdadero profeta se revele a sí mismo y hable la Palabra de Dios, él o ella serán odiados y condenados públicamente. Cuando veáis condenación rotunda, basada en la ignorancia de las Promesas hechas por Mí, de venir otra vez, y cuando el odio sea tan despiadado que los perpetradores quebranten la Palabra de Dios, sabréis entonces que es a Mí al que odian. Solo yo puedo atraer tal odio entre los pecadores. Solo Mi Voz suscita tal oposición.
Si fuera a caminar sobre la Tierra, en este momento, me crucificarían otra vez. Aquellos que afirman amarme y quienes guían a Mis discípulos en la Iglesia cristiana serán, tristemente, los primeros en clavar el primer clavo en Mi Carne.
Recordad, ninguno de vosotros es digno de ponerse ante Mí. Ninguno de vosotros tiene la autoridad para condenar públicamente Mi Palabra, cuando no me conocéis. Vosotros, quienes me condenáis, mientras trato de cumplir la Alianza Final de Mi Padre, no tenéis vergüenza. Vuestro orgullo me indigna. Habéis condenado vuestra propia alma, a Mis Ojos. No habéis aprendido nada sobre Mí. No creéis en la Sagrada Escritura porque negáis que Mi Segunda Venida se llevará a cabo.
Se os pedirá contar las almas que me habéis perdido, en el último día. En ese día, mientras gritáis por Mi Misericordia, seréis incapaces de mirarme a los Ojos.
Vuestro Jesús
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