¿Qué actitud debe tomar un cristiano ante el dolor, el sufrimiento y la enfermedad?
Decía San Vicente de Paúl: «Si conociésemos el precioso tesoro encerrado en las enfermedades, las recibiríamos con aquella alegría con que se reciben los más insignes beneficios». Por lo cual, hallándose el Santo trabajado continuamente por tantas enfermedades, que a menudo no le dejaban reposo ni de día ni de noche, lo soportaba todo con tal paz y serenidad de rostro: sin la más mínima queja, que se diría no padecía mal alguno. ¡Ah, y cómo edifica el enfermo que sufre la enfermedad con el rostro sereno de un San Francisco de Sales, el cual, en sus enfermedades, se limitaba a exponer sencillamente al médico su mal, tomaba con escrupulosa exactitud los remedios que le recetaba, por desabridos que fuesen, y luego quedaba en paz, sin lamentarse de lo que padecía! ¡De cuán diversa manera obran los imperfectos, que, por cualquier malecillo que padecen, andan siempre lamentándose con todos y quisieran que todos, familiares y amigos, las rodearan compadeciendo sus males! Santa Teresa exhortaba así a sus religiosas: «Sabed sufrir un poquito por amor de Dios, sin que lo sepan todos».
El venerable P. Luis de la Puente fue en un Viernes Santo regalado por Jesucristo con tantos dolores corporales, que no había en su cuerpo parte libre de particular tormento; contó a un su amigo este padecimiento, pero luego se arrepintió, de tal modo que hizo voto de no declarar a nadie lo que en adelante padeciese.
Dije que el Señor le regaló, porque los santos estimaban como regalos las enfermedades y dolores que el Señor les enviaba. Cierto día, San Francisco de Asís se hallaba en cama, acabado de dolores, y un compañero que le asistía le dijo: «Padre, ruegue a Dios que le alivie este trabajo y que no cargue tanto la mano sobre vos». Al oír esto, se lanzó prontamente el Santo de la cama y, arrodillado en tierra, se puso a dar gracias a Dios de aquellos dolores, y, vuelto al compañero, le dijo: «Sepa, hermano, que, si no supiese yo que había hablado por sencillez, no quisiera volverlo a ver».
Y si buscáis, como creo que buscáis, la voluntad de Dios puramente, ¿que más se os da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?».
Decís que no podéis hacer oración porque anda desconcertada la cabeza. Concedido: no podéis meditar, pero ¿y no podéis hacer actos de conformidad con la voluntad de Dios? Pues sabed que, si os ejercitáis en tales actos, tenéis la mejor oración que podéis tener, abrazando con amor los dolores que os afligen.
Así lo hacía San Vicente de Paúl: cuando estaba gravemente enfermo, se ponía suavemente en la presencia de Dios, sin violentarse en aplicar el pensamiento en un punto particular, y se ejercitaba de cuando en cuando en algún acto de amor, de confianza, de acción de gracias y, más a menudo, de resignación, mayormente cuando con más fiereza le asaltaban los dolores.
Hallándose en cama cierta virtuosa señora, víctima de graves dolencias, una criada le puso en manos el crucifijo, diciéndole que rogase a Dios la librarse de aquellos dolores; a lo que respondió la enferma: «Pero ¿cómo me pides ruegue a Dios que me baje de la cruz, teniéndole crucificado en mis manos? Líbreme Dios de ello, pues quiero padecer por el que padeció por mí dolores mayores que los míos».
Que fue lo que el mismo Señor dijo a Santa Teresa, hallándose apretada de grave enfermedad, apareciéndosele todo llagado: «Mira estas llagas, que nunca llegarán aquí tu dolores». Por lo que la Santa solía decir después cuando le aquejaba cualquier enfermedad: «¡Oh Señor mío!, cuando pienso por qué de maneras padecistes y como por ninguna lo merecíades, no sé qué me diga de mí ni dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando me disculpo».
Santa Liduvina estuvo treinta y ocho años en continuos padecimientos de fiebres, gota, inflamación de la garganta y llagas por todo el cuerpo; pero, teniendo siempre ante la vista los dolores de Jesucristo, se la veía en cama alegre y jovial.
¡Cuántos méritos se pueden alcanzar con sólo sufrir pacientemente las enfermedades! Le fue dado al P. Baltasar Álvarez ver la gloria que Dios tenía preparada para cierta religiosa ferviente que había sufrido con paciencia ejemplarísima la enfermedad, y decía que más había merecido aquella religiosa en ocho meses de enfermedad que otras de vida ejemplar en muchos años.
Sufriendo con paciencia los dolores de nuestras enfermedades, se compone en gran parte, quizá la mayor, la corona que Dios nos tiene dispuesta en el paraíso.
Alfonso María Ligorio. Práctica del amor a Jesucristo.
Cuando sufrís en esta vida, os acercáis más a mi Hijo

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹
06 de junio de 2012
Hijos, cuando vosotros sufrís en esta vida, os acercáis más a mi Hijo.
El sufrimiento, duro como es, trae Gracias especiales si es acogido voluntariamente para la salvación de almas.
Cuando vosotros sufrís, siempre recordad cómo sufrió mi Hijo.
La tortura física de Él, recordad, sería muy difícil de soportar por el hombre. Sin embargo, el sufrimiento mental puede crear el mismo dolor.
Para aquellos que luchan contra el sufrimiento debéis pedirme, a mí, vuestra bienamada Madre de la Salvación, que os ayude a sobrellevarlo.
Yo tomaré vuestro sufrimiento y se lo ofreceré a mi Precioso Hijo de vuestra parte, para salvar almas.
Él solo tomará lo que necesite y os dará consuelo. Él entonces aliviará vuestra carga.
El sufrimiento puede ser una forma de purificación del alma.
Rechazarlo y combatirlo no proporcionará alivio. Se convertirá en una carga mucho más pesada.
Cuando vosotros lo ofrecéis con amor, seréis aliviados de su peso y os pondréis contentos.
Nunca temáis al sufrimiento ya que os acerca más al Sagrado Corazón de mi Hijo.
Vuestra Bienamada Madre
Madre de la Salvación
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