La 3ª Señal de que se está en camino de salvación es la humildad verdadera. Anteriormente pudimos ver qué es la humildad, pues no entra al cielo quien no sea humilde. ¿Cómo adquirir humildad verdadera según Santa Teresa de Jesús?
3ª. Señal
Humildad verdadera
Ver: ¿Qué es la humildad?
¿Cómo adquirir humildad? ¿Cómo ser más humilde?
Es Santa Teresa de Jesús quien nos da algunos consejos para poder ir creciendo en humildad. Ella trata esto en Camino de Perfección, y Fray Gabriel de Santa María Magdalena lo expone en una obra que complementa muy bien Intimidad Divina, titulada El Camino de la Oración, basada en charlas que dio a las Carmelitas Descalzas de Roma entre 1945 y 1947.
Santa Teresa presenta tres formas de adquirir humildad:
1. Huir de las mayorías (de la pre-eminencia,
es decir, de los primeros puestos de que nos habla el Señor):
Hay que evitar cualquier manera de anteponerse a los demás.
¿Por qué somos tan inclinados a preferirnos a los demás? Porque en el fondo de nosotros mismos creemos que valemos más.
Al creer que somos más capaces, buscamos que nuestro deseo, nuestra idea, nuestro parecer, sea reconocido por bueno. Y en vez de reservarlo, lo exponemos. Y a veces lo exponemos hasta con arrogancia.
Esto es exactamente lo contrario a lo que hizo Jesús. El que era la Luz Eterna, se opacó, se ocultó, no dejó traslucir su poder. El no hizo alarde de su categoría de Dios, apareciendo como cualquiera de nosotros y rebajándose hasta la muerte, y muerte de cruz. (Flp 2, 6-8)
En la práctica de la humildad hay que desear ser relegado a los últimos puestos (y no se trata del último puesto en la cola), sino del menos importante, menos necesario, menos apreciado, menos tomado en cuenta. A esto se refería el Señor sobre los últimos puestos en los banquetes (cf. Lc 14, 7-11), pero se refiere a cualquier situación que en el diario vivir se pueda presentar.
Mientras esté vivo el amor propio, no estamos en humildad. Así que si no mortificamos esa tendencia espontánea a la preeminencia (“mayorías” las llama Santa Teresa), no llegaremos a ser humildes. Tampoco llegaremos a la unión con Dios, mientras persistamos en esta forma de orgullo.
Como la humildad se adquiere con el abajamiento, cuando nos asalte algún pensamiento de inclinación a la preeminencia, hay que combatirlo enseguida. Orando, pidiendo ayuda. Y meditando: ¿qué hizo Jesús que era Dios? ¿qué haría Jesús en mi lugar?
2. Practicar la renuncia de nuestros pequeños derechos:
Enfatiza esto Santa Teresa: huir de “razón tuve”, “hiciéronme sinrazón”, “no tuvo razón quien esto hizo conmigo”. No hay que pensar así, ¡mucho menos decirlo!
Es normal que uno se sienta ofendido. No somos de piedra. Pero que no pase de allí. Si le damos curso a tales ideas y pensamientos, vamos mal. Santa Teresa los llama “malas razones”. Malas porque no estamos actuando con diligencia para adquirir humildad, no estamos siendo humildes.
El que no quiere llevar sino la cruz que cree merecida y rechaza las que considera injustas, ¿cómo va a progresar en la humildad?
Y la verdad es que ¿qué más podemos esperar de las relaciones interpersonales entre seres humanos imperfectos y pecadores? ¿Cómo vamos a esperar siempre ser tratados con perfecta justicia?
En las relaciones inter-personales siempre podremos conseguir ocasiones para ceder nuestros legítimos derechos. Prueba y verás…
Adicionalmente, podemos comprobar que la humildad es virtud que debe estar presente en cualquier relación interpersonal.
La primerísima relación es con Dios. Luego con sus representantes en la tierra, desde el Papa hasta los Sacerdotes. Pero también en la familia, con quienes trabajamos, sean superiores, pares o subalternos. Tratar a todos como Cristo los trataría, como El quiere que los tratemos.
No se trata de pensar que no tenemos esos derechos. Se trata de no exigirlos y no estar –como solemos estar- en permanente estado de alerta para defenderlos. Se trata de dejarlos pasar, de no darnos por enterados, de evitar roces y conflictos por ello.
Porque suele suceder -¿no es cierto?- que uno podrá creer que tiene la razón, mientras el otro o los otros piensan que uno se equivoca.
Este “dejarlo pasar” nos va preparando para la tercera proposición de Santa Teresa: “no excusarnos”, la cual veremos enseguida.
¿Queremos crecer en humildad? ¿Queremos santificarnos? Si es así, ese dejar pasar puede ofrecerse al Señor. Entonces las cosas pequeñas del diario vivir se van convirtiendo en peldaños de humildad y santidad.
En el tejido de las relaciones humanas es cierto que hay derechos de unos y de otros. Unas veces pueden herirnos o disgustarnos a nosotros. Pero muchas veces nosotros podemos ser causa de dolor y desagrado de otros.
Si uno no se va olvidando de sus propios derechos y quiere estar defendiéndolos en todo momento, acabará por ser uno quien ofenda a los demás.
Pueda que nos sintamos agredidos, insultados, perseguidos y hasta calumniados con alguna humillación. No somos de piedra, así que vamos a sentir la turbación y el dolor que causa la humillación. Pero eso no significa que no podamos sufrir estas pruebas con verdadera humildad, sometiendo nuestros sentimientos a la razón y sacrificando nuestro amor propio por el amor de Dios. Todo esto con miras a crecer en humildad.
Si me siendo agredido por alguna palabra ofensiva que se me ha dicho, o por alguna descortesía, ¿de dónde proviene el sentimiento de dolor, de perturbación? No viene sino de mi orgullo. Si fuera verdaderamente humilde, no me quitarían la paz, ni la calma, sino que quedaría tranquilo. ¿Cómo es posible permanecer impasible ante una injusticia y un ataque inmerecido? Por la promesa de Jesús: “Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso”. (Mt 11, 29)
Y si no sucede así, tenemos que preguntarnos: ¿Por qué te afliges, alma mía, por qué te quejas? Espera en Dios, que aún he de alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío. (Sal 42, 12)
Y cuando pensamos en los derechos de Jesús que El no defendió, rebajándose hasta lo indecible, ¿qué son las pequeñas cosas que tenemos que obviar para renunciar a nuestros derechos? “Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1, 24).
Y cuando se nos acuse sin merecerlo, podemos pensar cuántas cosas buenas recibimos del Señor sin tampoco merecerlas.
3. Aceptar las humillaciones – No excusarse:
La humildad no llega a afianzarse de verdad en el alma, sino cuando Dios la afianza. Y ¿cómo la afianza? Por medio de humillaciones. Así de simple, así de arduo: simple para decirlo y arduo para soportarlo, pero no imposible.
Esta actitud de aceptación de las humillaciones está respaldada por aquéllas palabras de Jesús: todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado (Lc 14, 11).
La humillación es cosa difícil de aceptar. “Comida dura y amarga para el alma, pero sumamente nutritiva”, dice Santa Teresa. Así que si de veras queremos humildad, aceptemos y –más aún- amemos las humillaciones, aunque nos sean muy duras.
Podemos buscar nosotros mismos algún tipo de humillación. Según el autor de la Imitación de Cristo, sería muy provechoso para nosotros y para nuestra humildad, por ejemplo, que otras personas conozcan nuestras faltas y puedan reprochárnoslas.
Sin embargo, hay que tener cuidado, porque las humillaciones que nos buscamos nosotros mismos pueden ser peligrosas, ya que la vanidad nos las puede presentar como práctica de humildad y podrían ser todo lo contrario: más alimento para la vanidad.
Así que preferible es pedirlas al Señor y aceptarlas cuando vengan, que vendrán. El Señor no nos dejará vacíos de humillaciones, si de veras se las pedimos para progresar en humildad.
Y cuando vengan, en vez de huir de las humillaciones, hay que aceptarlas y abrazarlas. Es que convienen mucho a nuestra vida espiritual.
Un ejercicio espiritual altamente provechoso es éste de aceptar las humillaciones que nos vienen de fuera. Esas humillaciones tienden a rebajar nuestra vanidad y amor propio, porque al sacrificar algo tan preciado, como son nuestros legítimos derechos, aceptando ciertas humillaciones, podemos ir creciendo en humildad.
Y esas humillaciones involuntarias que nos envía la Providencia Divina, y que podemos soportar con paciencia, sí que nos santifican.
Así nos aconseja el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura: Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios (se purifican) en el horno de la humillación. (Sir 2, 4-5)
Dice Santa Teresa que es bueno “verse condenar sin culpa”. Esto es una maravillosa práctica de humildad “que trae consigo grandes ganancias”.
Como la humildad no se consigue sino con la humillación, Santa Teresa considera de gran bien ser culpados aún en cosas graves e importantes y ser condenados injustamente.
Santa Teresa observa que a veces nos acusan de cosas falsas sin que haya razón. Pero ¿cuántas veces a pesar de haber faltado nadie nos dice nada? Una cosa por la otra, especie de justicia compensatoria muy ingeniosa.
Y otra observación ingeniosa de la Santa: preferible es ser condenados de faltas que no hemos cometido, a ser condenados de faltas realmente cometidas.
Y cuando el Señor lo considera oportuno, El sale en defensa de las personas que no se excusan. Recordemos cuando en el episodio con Marta y María, ésta no tuvo que defenderse, porque Jesús lo hizo por ella.
San Bernardo distingue entre ser humillado y ser humilde.
Es que no es la humillación misma lo que hace crecer en humildad, sino el acto interior por medio del cual esa humillación es aceptada como una manera de imitar a Cristo humilde.
Se está siendo humilde, entonces, cuando se convierten las humillaciones en humildad, cuando interiormente se piensa: “es bueno para mí que me hayas humillado, Señor”.
HAY EXCEPCIONES:
No hay que caer en extremos. La misma Santa Teresa advierte que hay casos en que es necesario disculparse. Pueda ser que por caridad haya que justificarse. Habría que hacerlo cuando callar sería causa de disgustos o de escándalo, o ser causa de algún perjuicio a terceras personas. Por ejemplo, si otra persona pudiera ser movida a la ira, o sufrir por eso, o ser motivo de escándalo, esas consideraciones nos exigirían disculparnos.
Si aceptar una humillación sin excusarse, afectara a terceros, hay que optar por la excusa. Pero hay que cuidar que cuando hubiera que justificarse, debe hacerse con sobriedad y caritativamente, para no perder el beneficio de la humillación.
Primera excepción: debe responderse si la acusación no sólo afecta personalmente, sino que también involucra a terceros, y el no excusarse les causaría daño a éstos.
Segunda excepción: debe responderse si es evidente que la persona que causa el conflicto o el daño queda afectada espiritualmente y el responder la ayuda a ubicar su error.
Tercera excepción: casos conyugales y familiares hay que analizarlos individualmente, dado que las relaciones más cercanas y permanentes son, como sabemos por experiencia, bastante complicadas.
En todos los casos hay que pedir la luz del Espíritu Santo, para reaccionar y responder como Dios desea, y siempre en forma sobria y caritativa.
La humildad es algo más que solo la aceptación del sufrimiento. Es un medio poderoso para vencer el mal
Mensaje del Libro de la Verdad 🏹
13 de Diciembre, 2012
El don de la humildad se debe ganar. Nunca se debe confundir con la cobardía.
Fue debido a Mi propia Humildad que Satanás se dejó engañar y, como tal, pierde el derecho de ganar todas las almas y maldecirlas con la condenación eterna.
Satanás es arrogante, presumido, falso y lleno de amor-propio y odio. La batalla por las almas fue ganada por el acto de Humildad cuando Yo, el Rey de la humanidad, Me permití ser menospreciado, torturado, despreciado, burlado y atormentado por los pecadores infestados con el odio de Satanás.
Es imposible para la bestia sentir humildad. Él conocía el Poder de Dios y lo difícil que sería su batalla en contra de Sus hijos. Él Me esperaba para, no sólo proclamar la Palabra de Dios, sino para demostrar Mi Autoridad entre los hombres, declarándome ante ellos en un estado de majestad exaltado. Aún así, él se mostró confiado a vencer Mi Misión.
Lo que él no esperaba fué Mi rechazo para condenar a Mis verdugos, o la Humildad que Yo mostré. Mi falta de comprometerme con mis torturadores significó que ellos no tenían poder sobre Mí. Mi tolerancia a la flagelación, burlas y persecución ayudaron especialmente a diluir más el poder del maligno. Él nunca se esperó esto y lo intentó todo, incluyendo la tortura física, para hacerme renunciar a la raza humana.
Fue al aceptar Mi muerte, el sacrificio hecho por mi Padre, de permitir Mi Crucifixión, que el hombre fue puesto libre de pecado.
Esta fue la primera batalla librada y ganada. Así es cómo la segunda batalla será librada, para llevar a la humanidad de vuelta a Mi Reino, para que puedan disfrutar de la vida eterna.
Él, la bestia y todos sus ángeles caídos, tientan a muchas almas para que muchas sean engañadas y Mi Existencia no la acepten. Muchos de los que están peleando fuerte, con las tentaciones colocadas ante ellos, desatienden en este momento Mi Llamado desde el Cielo.
Después están los que se hacen pasar por servidores en Mi Iglesia que están planeando, junto con el grupo de la élite, destruir millones de personas. Lo harán obstaculizando Mi Palabra y después por la persecución física. Su traición final contra los hijos de Dios será presenciada por todos.
Las almas que más Me preocupan son las de los ateos y las de los jóvenes a los que no se les ha enseñado la Verdad. Os insisto a todos los que Me reconocen, a vuestro Jesús, para que Me llevéis a ellos. Cubro a ellos con Mi Luz y Protección y lucharé contra el maligno hasta el último segundo por estas almas.
Debéis marchar hacia adelante, Mis valientes discípulos y tratad de tapar el mal que os rodea. Si os involucráis con los que están desesperados por detener ésta Misión, Me fallaréis.
¿Por qué? os preguntaréis, ¿están estas personas tan desesperadas por obstaculizar Mi Palabra? La respuesta es que siempre ha sido así en donde Yo camino, en donde hablo y en donde Yo esté presente.
Avanzad y manteneos cerca de Mí. Mi Poder os cubrirá y estaréis protegidos. Pero no apartéis vuestra mirada de Mí, porque hay muchos que os acechan, insultan, y tratan de haceros tropezar. Cuando escuchéis las arrogantes, pero desordenadas diatribas verbales, que os echan, vosotros sabréis lo que hay qué hacer.
La mayor determinación de vuestros adversarios es, tratar de convenceros de que no soy Yo, Jesucristo, el Rey de la humanidad, quien habla contigo actualmente, entonces sabréis que Yo Estoy realmente presente entre vosotros.
Yo camino con vosotros mientras permanezcáis cerca de Mí. Vuestro silencio y vuestro rechazo para no involucraros con esos insultos os mantendrán fuertes. Dejad, a los que gritan insultos y ridiculizan Mi Santa Palabra hacer lo que hacen. Orad mucho por ellos, porque ellos están necesitando vuestra ayuda. Pensad en ello de esta manera:
Miras a todas estas personas como si estuvieran reunidas en una habitación y que tan sólo, son niños pequeños. Cuando miráis a los niños pequeños sentís un amor profundo a causa de su desprotección. Podéis ver la confianza que sienten por sus padres y tutores y os sentis deslumbrados por el amor que tenéis en vuestro corazón por ellos.
Algunos de estos niños se comportan de acuerdo a lo que se les ha dicho es la forma correcta de comportarse. Otros muestran crueldad con los otros niños. Y mientras os aterraréis posiblemente por su comportamiento, sabéis que debéis corregirlos, y después castigarlos, si ellos continúan negándose a comportarse correctamente. Por encima de todo, todavía los amáis, no importa lo que ellos hagan, ya que son los preciosos hijos de padres amorosos.
Esta es la manera como Mi Padre siente por todos Sus hijos. No importa lo que hacen, porque Él todavía los sigue amando. Pero Él no permitirá que algunos de Sus hijos destruyan a Sus otros hijos y Él los castigará; pero sólo para que Él pueda volver a re-unir a Su familia.
Al orar por aquellos que ofenden a Dios y por los que hacen daño a Sus hijos, provocáis terribles sufrimientos a Satanás, que afloja el agarre que tiene sobre la persona por quien vosotros suplicáis.
La humildad es algo más que la aceptación del sufrimiento. Es un medio poderoso para vencer el mal. Al orar por los que os atormentan, Me traéis un gran regalo de amor verdadero. Un amor especial para Mí, vuestro Jesús.
Continuaré dandoos instrucciones, Mis discípulos, para que os mantengáis fuertes y fieles a Mis Enseñanzas. Es en estos tiempos de gran apostasía, Mi Santo Evangelio y Mis mensajes, se están dando para que os preparéis, se deben propagar por todo el mundo en Mi lucha para salvar almas.
Vuestro Jesús
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