Señales en el camino de Salvación

La 4ª Señal de que se está en camino de salvación es la Confianza en
la Providencia Divina
y aceptación cristiana
del sufrimiento. ¿Qué es la Divina Providencia? ¿Pueden ser felices los que sufren?

¿Cómo Salvarse?

SEÑALES EN EL CAMINO DE LA SALVACIÓN

4ª Señal:

Confianza en
la Providencia Divina
y aceptación cristiana
del sufrimiento.

 1. ¿Qué es la Divina Providencia?

“Providencia” viene del verbo latino “providére” que significa “proveer”.

Dios creó el universo y todo lo que hay en él.  Pero también lo preserva, lo mantiene y lo gobierna.  El universo se volvería nada –volvería a su situación inicial de no existir- si no fuera porque Dios lo mantiene con su poder infinito.

Esta atención amorosa de Dios y el gobierno y la dirección que Dios ejerce en el universo es lo que se denomina “Divina Providencia”.   Y, sin que aparezca con ese nombre en la Biblia, hay citas que la describen:

“¿Cómo podría durar una cosa que Tú no quisieras?  ¿Qué podría subsistir si Tú no lo hubieras llamado?  (Sab.  11, 25).

“Él, cuya palabra es poderosa, mantiene el universo” (Hb. 1, 3b).

Por el mismo poder por el cual creó el universo, Dios hace también que éste continúe, que continúe como El desea y hasta que El lo desee.

Aunque los seres humanos no nos demos cuenta, y aunque a veces podamos experimentar perplejidad ante los designios de Dios,  El en su Sabiduría y Bondad infinitas, cuida de todas las cosas, las ordena y las dirige hacia el fin para el cual las creó. 

CIC # 303 “El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia.  Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos:  ‘Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza’ (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: ‘Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir’ (Ap 3, 7);  ‘hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza’ (Pr 19, 21)”.

2.  ¿Qué significa tener confianza
en la Divina Providencia?

Tener confianza en la Divina Providencia, es confiar en que Dios es nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dueño, y El está atento a todas nuestras necesidades.

Dios, en su Divina Providencia, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupa de ellas.  Tener confianza en su Divina Providencia es  saber que todo está en sus Manos.

CIC #301 “Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza”.

Jesucristo nos explicó el atento cuido de Dios nuestro Padre:

No anden tan preocupados ni digan:  ¿tendremos alimento?  ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?  Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”.  (Mt. 6, 31-32)

Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni guardan alimentos en graneros.  Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.  ¿No valen ustedes mucho más que las aves? (Mt. 6, 26).

Pensamos:  pero Dios a veces no responde, a veces se tarda en responder…  Es que Dios atiende nuestras verdaderas necesidades, no las que nosotros creemos que son necesidades o aquellas que nos inventamos.

Y las atiende a su tiempo, que casi nunca coincide con el nuestro:

“Todas esas creaturas de Ti esperan que les des a su tiempo el alimento.  Apenas se lo das, ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes” (Sal. 104, 27-28).

Y se ocupa de lo grande y de lo pequeño, y de grandes y pequeños:

“El hizo a los pequeños y a los grandes;  El se preocupa por todos” (Sab. 6, 7b).

“¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos?  Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre” (Mt. 10, 29).

Dios está pendiente de todo.  Por eso continúa Jesucristo explicándonos:

“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados.  Con todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10, 30-31).

No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa.  ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa?”  (Mt. 6, 25).

Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen.  Pero Yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas.  Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes?  ¡Qué poca fe tienen!”  (Mt. 6, 28).

“Por tanto, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se les dará por añadidura” (Mt. 6, 33).

3.     Si Dios dirige todo
en su Divina Providencia,
¿por qué existe el mal en el mundo?

CIC #309 “Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple.  El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta:  la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar.“

Dios no quiere directamente ningún mal físico, entendido como privación de algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad).  Tampoco quiere directamente ninguna carencia, como una privación injusta de la libertad, una situación económica difícil, pero permite estos llamados “males” y a partir de ellos obtener mayores bienes.

Estos llamados “males” pueden resultar “bienes” cuando los aprovechamos como lo que son:  gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, aún de purificación, para crecer en nuestra vida espiritual.

Hasta del pecado Dios puede sacar un bien.  Del Pecado Original nos da la Redención.  Dios, por supuesto, no quiere que pequemos.  Pero también del pecado Dios puede sacar un bien:  el arrepentimiento del pecador, para que se manifieste su infinita Misericordia;  la humillación de la persona para que crezca en humildad y, por tanto, en santidad.

De allí que San Agustín enseñe:  “El Dios Omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien del propio mal”.

4.      Si somos libres, ¿cómo es que Dios dirige todo en su Divina Providencia?  ¿Cómo quedan las acciones que día a día, minuto a minuto, a lo largo de la historia han realizado y siguen realizando cada uno de los seres humanos?

Comencemos por enfatizar que Dios es el Señor de la Historia. Lo anuncia la Sagrada Escritura:

El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos;  pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. (Sal 32, 10-11).

Lo ratifica el Catecismo:

CIC #303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: «Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza» (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: «Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3, 7); «hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza» (Pr 19, 21).

         CIC #304  Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas (o acciones de los hombres).  Esto no es «una manera de hablar» primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en Él.

Pero aún en ese señorío de Dios sobre la historia, la fe y la razón nos muestran que hay un balance perfecto entre la Divina Providencia y la libertad del hombre.

Es un misterio grande éste.  ¿Cómo Dios, sin quitarnos la libertad sigue rigiendo la historia humana?  La fe que ilumina la razón y la razón que se deja guiar por la fe, deben irnos mostrando ese misterio en acción.

Y podemos irlo viendo a lo largo de nuestra propia vida, de la vida de otros y de la vida de las naciones y los pueblos.

Los seres humanos participamos en la historia de la humanidad durante el tiempo que nos toca vivir en el mundo.  Esta participación de las creaturas en el curso de la historia humana es lo que se llama en Teología “causas segundas”, siendo Dios siempre la “Causa Primera”, que dirige y ordena todo hacia el fin para el cual El ha creado el mundo.

CIC #306  “Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas.  Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso.  Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.”

Nótese los vocablos se sirve del concurso de las criaturas – cooperar en la realización de su designio.  Como podemos apreciar, muy significativos estos vocablos usados así en el Catecismo.  Son frases que nos ratifican que, aún cuando hacemos uso de nuestra libertad, es Dios Quien dirige la historia.

En esto consiste el misterio de la Providencia Divina.  “Misterio”:  es decir,  no lo podemos comprender.  Y es que ¡cómo vamos a comprender que sin quitarnos la libertad, Dios es Quien dirige todo!

Es un misterio inmenso, que sólo conoceremos al fin del mundo, cómo Dios ha dirigido la humanidad según sus designios, sin quitar al hombre la libertad que El mismo nos dio.

Ante esta evidencia misteriosa, tenemos que hacer como hacemos con cualquiera de los demás misterios de la fe cristiana:  no lo entiendo, pero lo acepto, dejando de estar cuestionando por qué Dios permite tal cosa o hace cual otra.  Esas interrogantes son estériles y denotan desconfianza en Dios y en su Divina Providencia.

CIC 307  Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de «someter» la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente «colaboradores […] de Dios» (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).

CIC 308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas:  «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque «sin el Creador la criatura se diluye» (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).

Dios es la Causa Primera que opera en y por las causas segundas (nuestras acciones).  San Pablo también trata de explicarlo:  «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Flp 2, 13).

Dios, entonces, nos ha permitido a sus creaturas colaborar con El en la historia de la salvación.  Ahora bien, si cada uno de nosotros, viviéramos según el plan de Dios, si hubiéramos actuado o estuviéramos actuando según sus designios, podríamos decir que hemos sido o estamos siendo colaboradores adecuados en su plan de salvación de la humanidad.

Sin embargo, tristemente, sucede que en la mayoría de los casos, los seres humanos más bien hemos distorsionado o estamos distorsionando el plan divino con nuestros pecados y nuestros errores.

Pero Dios que, en su Omnipotencia y en su Sabiduría Infinita, saca bien del mal, reordena la historia humana para su mayor gloria y para el mayor bien de todas sus creaturas, siempre con miras a la salvación eterna.

La Providencia de Dios también dirige el curso de la historia de la humanidad.  Especialmente en la Biblia vemos cómo Dios guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías.

Y, aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta, en todo momento e inclusive actualmente, Dios sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a la eternidad.

CIC #312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: «No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios […] aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir […] un pueblo numeroso» (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 vulg.).  Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención.  Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

«En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8, 28).

Y el testimonio de los santos es elocuente:

Santa Catalina de Siena dice a «los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede»:  «Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin» (Diálogos 4, 138).

CIC #324  “La permisión divina del mal físico y del mal moral es un misterio… La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna.»

CIC #314  “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos.  Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios «cara a cara» (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.”

5.  ¿Cómo ubicar
el sufrimiento humano
en todo este panorama?

El testimonio de Santo Tomás Moro nos puede servir de premisa. Poco antes de su martirio, consuela a su hija: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor» (Carta de prisión; cf. Liturgia de las Horas, III, Oficio de lectura 22 junio).

El Catecismo aborda este problema de manera impactante, al darnos una información insólita: con el sufrimiento es que somos verdaderos colaboradores de Dios. (!!!)

A eso es que se refiere San Pablo cuando nos dice:  “Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.” (Col 1, 24)

Y así lo explica el Catecismo:  “Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos”. (CIC 307)

El Arzobispo Fulton Sheen dice en su auto-biografía que, al pronunciar Jesús en la Cruz al momento de morir “Todo está consumado”, estaba diciéndonos que ya El había dado todo por nuestra salvación.  Pero algo falta, porque San Pablo nos dice que completa en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo.  (Col 1, 24)

¿Qué es lo que falta?

Falta el aporte de la Iglesia de Cristo, el aporte de todos nosotros.  Cada uno en mayor o menor grado, según la Providencia Divina y en uso de su libertad, colabora -a menudo de forma inconciente- en completar la acción redentora de Cristo cuando une sus sufrimientos a los del Señor.

CIC #308  “Dios actúa en las obras de sus criaturas.  Es la Causa Primera que opera en y por las causas segundas.”

Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle. (Fl 2, 13)

Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. (1ª Cor 12, 6)

Este gran misterio de la Providencia Divina no resta nada a nuestra dignidad, más bien la realza.

Porque … ¿de qué vamos a presumir si fuimos sacados de la nada por Dios, nuestro Creador?  Entonces nada podemos si estamos separados de El, nuestro Dueño. 

Más aún: ¿cómo vamos a lograr nuestra meta definitiva separados de Dios?

Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, pero sin Mí, no pueden hacer nada. (Jn 15, 5)

Los discípulos, al escucharlo, se quedaron asombrados.  Dijeron: «Entonces, ¿quién puede salvarse?  Fijando en ellos su mirada, Jesús les dijo: «Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.» (Mt 19, 25-26)

Quien no tiene una visión cristiana del sufrimiento puede desesperar cuando algo le sale mal, cuando tiene alguna adversidad, o cuando le llega algún sufrimiento, alguna enfermedad o algún tipo de privación.  

Pero lo más grave aún es que a veces se tiene el atrevimiento –expreso o secreto- de reclamarle a Dios y de oponerse a sus designios o de acusarle por su adversa situación.

Por el contrario el que quiere encaminarse por la vía de la salvación eterna es paciente en el sufrimiento, sabe reaccionar como Job:  “Si aceptamos de Dios lo bueno ¿por qué no aceptaremos también lo malo?” (Job 2, 10b).

El que desea la salvación reconoce que lo que parece malo en esta vida es bueno, porque es bueno para la Vida Eterna.  El salvado sabe que el sufrimiento, aceptado como Dios lo espera, es fuente de gracia y salvación.

El que va camino de la salvación sabe que sufriendo en esta vida purifica sus pecadosy va quedando libre de la inclinación al pecado, condiciones ambas indispensables para acceder al Cielo directamente, sin pasar por la purificación del Purgatorio.

“Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues en el día en que se nos descubra su gloria, ustedes estarán también en el gozo y la alegría” (1 Pe. 4, 13).

“Si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 17b).

“Si hemos muerto con El, con El también viviremos.  Si sufrimos pacientemente con El, también reinaremos con El” (2 Tim. 2, 11-12).

6. ¿Es una tentación
rechazar el sufrimiento?

El misterio del dolor humano es ¡tan difícil! de aceptar, y más difícil aún, de comprender …  Pero hay pasajes de la Biblia que pueden ayudarnos a entenderlo un poco más.

La actitud de Jesús ante las torturas inflingidas a El nos invitan a imitarlo en los momentos de sufrimiento propio:   mansedumbre ante el dolor, entrega confiadísima a Dios, con la seguridad del alivio y del triunfo final, sin olvidar el objetivo de su sufrimiento:  la salvación de la humanidad. 

También nuestros sufrimientos, bien aceptados, en imitación a Jesús sufriente y crucificado los utiliza la Providencia Divina para la salvación de la humanidad.

Uno de los pasajes más impactantes de Jesús con los Apóstoles es el momento en que les pregunta quién creen ellos que es El.  La respuesta del impetuoso Pedro no se hace esperar:  “Tú eres el Mesías” (Mc. 8, 27-29).

El problema estaba en el concepto que del Mesías tenía el pueblo de Israel.  Y los apóstoles no escapaban a esa idea.  Ellos esperaban un Mesías libertador y vencedor desde el punto de vista temporal, que los libraría del dominio romano y establecería un reino, mediante el triunfo y el poder. Pareciera como si los Apóstoles y, junto con ellos, el pueblo judío no hubieran puesto mucha atención a las clarísimas profecías de Isaías sobre el Mesías.

El Señor Yavé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás.  He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y los escupos.  El Señor Yavé está de mi parte, y por eso no me molestan las ofensas; por eso puse mi cara dura como piedra. y yo sé que no quedaré frustrado. (Is. 50, 5-7)

Por eso Jesús tiene que corregirlos de inmediato.  Cuando Pedro, pensando en que Jesús debía ser ese Mesías triunfador, llama a Jesús aparte para tratar de disuadirlo de lo que acababa de anunciarles, la respuesta del Señor resulta impresionante.

Nos cuenta el Evangelio que enseguida que Pedro lo reconoce como el Mesías, Jesús “se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día” (Mc. 8, 31).   Pero Pedro llama a Jesús aparte para disuadirlo de tal desatino (cf. Mc. 8, 32).

La corrección que hizo el Señor de la idea equivocada del Mesías triunfador temporal, fue especialmente severa:  “¡Apártate de mí, Satanás!  Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres” (Mc. 8, 33).

Por la severa respuesta de Jesús, resulta evidente que todo intento de rechazo de la cruz y del sufrimiento es –cuanto menos- una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa diciendo.

Dice el texto que enseguida el Señor se dirigió entonces a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento:  el suyo y el nuestro.  “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc. 8, 34).

Más claro no podía ser:  el cristianismo implica renuncia y sufrimiento.  Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día.  Y para ahondar un poco más en el asunto, Jesús agrega una explicación adicional:  “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará”  (Mc. 8, 35).

Pero … ¿qué significa querer salvar nuestra vida?  Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida” sin realmente serlo.  Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder, a lo ilícito, etc. Puede ser, inclusive, andar creyendo que tenemos derecho a ser felices en esta vida; y si entonces tenemos muchas o pocas contrariedades, muchas o pocas privaciones, muchos o pocos sufrimientos, creemos que Dios ha sido injusto con nosotros.  Grave pecado, por cierto, el juzgar así a Dios.  Pero más aún, grave error en la comprensión de lo que Dios nos ha prometido.  Recordemos que nunca se nos ha prometido felicidad en esta tierra…al contrario:  cruz, exigencias, persecuciones, seguir a Cristo en el sufrimiento, etc.   

Si pretendemos vivir sin sufrimientos y salvar lo que consideramos “vida” sin serlo, podemos perderlo todo y, como si fuera poco, podríamos hasta perder la verdadera “Vida”.  Pero si nos desprendemos de todas estas cosas y si aceptamos confiadamente lo que Dios dispone para nosotros, salvaremos nuestra Vida, la verdadera Vida, porque obtendremos, como Cristo, el triunfo final:  la resurrección y la Vida Eterna.

7. ¿Pueden ser felices
los que sufren?

¡Felices los que ahora sufren! (Lc 6, 21).  Eso fue lo que nos dijo Jesucristo.  Y lo dijo bastante al inicio de su predicación en el conocido “Sermón de la Montaña”, el cual comienza con las “bienaventuranzas”, que son como una lista de motivos para considerarnos felices (cf. Lc. 6, 17-26).

Otros motivos de felicidad:  la persecución, los insultos, la pobreza.

Por cierto, no tanto la pobreza material, sino la espiritual, entendida en el sentido bíblico “pobres de Yahvé”, que describe el Profeta Sofonías:  Yo arrancaré a aquellos que se jactan de su orgullo y tú no seguirás vanagloriándote…Dejaré dentro de ti a un pueblo humilde y pobre, que buscará refugio sólo en el Nombre de Yavé.  (Sof. 3, 11-12).

Las “bienaventuranzas” son tal vez la máxima paradoja del ser o del intentar ser cristiano.  Tienen su modelo en la forma de ser de Aquél que las proclamó:  así fue Jesús.  Y al cristiano le toca imitar a Jesús.

No pueden entenderse las “bienaventuranzas” … mucho menos vivirlas, si nuestra brújula –que debiera estar dirigida al Cielo- está dirigida hacia este mundo pasajero y efímero.  ¡Imposible aceptar esta lista de incomprensibles paradojas!

Las “bienaventuranzas” nos invitan a confiar en Dios … a confiar de verdad.  Pero … ¿en quién confiamos los hombres y mujeres de hoy?

¿Realmente confiamos en Dios … o más bien buscamos a Dios cuando nos interesa?  ¿Realmente confiamos en Dios … o confiamos en nosotros mismos, en nuestras capacidades, nuestros raciocinios, nuestras realizaciones, nuestras búsquedas, nuestras experiencias de oficio o profesión … en nuestros enfoques humanos?  ¿Somos capaces de sustituir lo que consideramos nuestros “confiables” conocimientos humanos por la Sabiduría Divina?

¡Con razón no podemos entender las “bienaventuranzas”!  Porque éstas van en contraposición a todo lo que hemos ido haciendo costumbre  … equivocadamente.  Van en contraposición a toda perspectiva de seguridades y felicidades terrenas.

Con las “bienaventuranzas” Jesús quiere cambiarnos de raíz.  Viene a decirnos que el valor de las cosas no se mide según el dolor o el placer inmediato que proporcionan, sino que hemos de medirlas según las consecuencias de gozo que tengan para la eternidad.  Que es lo mismo que decirnos que la brújula hay que dirigirla hacia Allá, no hacia aquí.

Las “bienaventuranzas” dejarían de ser paradojas utópicas si dirigiéramos bien nuestra brújula hacia la salvación eterna.

“Felices los pobres … Felices los que ahora tienen hambre …  Felices los que sufren … Felices cuando los aborrezcan y los expulsen … cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre …”  Paradojas incomprensibles que sólo se entienden si dejamos la miopía terrenal y nos ponemos los lentes de eternidad.

Pero ¡ojo!  No es la pobreza en sí, ni el hambre, ni la persecución, ni el sufrimiento mismo lo que nos hace bienaventurados.  Tampoco en sí mismas estas condiciones adversas son boletos seguros de entrada al Cielo.  El derecho al gozo eterno se nos otorga por nuestra actitud ante estas circunstancias adversas que nos presenta la Providencia Divina a lo largo de nuestra vida.

Cuando al sufrir adversidades ponemos nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos, cuando ponemos nuestra mirada en la meta celestial y nos desprendemos de las metas terrenas, cuando confiamos tanto en Dios que nos abandonamos en El y nos sentimos cómodos dentro de su Voluntad –sea cual fuere- podemos decir que hemos comenzado a transitar el camino de las “bienaventuranzas”, el cual nos lleva a la bienaventuranza eterna.

Las “bienaventuranzas” son una llamada para todos, pero sólo los que seamos capaces de desprendernos de nuestros criterios y deseos, para asumir los de Dios, podremos ser felices … aquí y Allá.

Buena Nueva

La Divina Providencia siempre prevalecerá

Mensaje del Libro de la Verdad 🏹

11 de octubre de 2014

Mi muy querida bienamada hija, no dejes que nadie subestime el Poder de Dios en todas las cosas, las cuales puedan desarrollarse en estos tiempos. El Poder de Dios es infinito y ningún hombre puede superar la Divinidad o Voluntad de Dios. Ningún enemigo Mío puede presumir que él es más grande que Dios, ¿Quien puede, en un solo soplo de aliento, derramar Su Justicia sobre el mundo?. Aunque Dios es paciente, equitativo, justo y lleno de Amor incondicional para todos Sus hijos incluyendo a los malvados entre ellos, Él tomará represalias contra la maldad del hombre, causada por la influencia maligna del demonio.

Malditos sean aquellos que se levantan contra Dios en desafío contra la Santa Palabra. Ellos serán castigados en el Tiempo de Dios, cuando se les haya dado todas las oportunidades para cambiar sus caminos. Aquellos que adoran al mal y a la bestia serán fulminados por un rayo, tal y como fue cuando Lucifer fue arrojado dentro del abismo infernal, al igual que. un relámpago.

Cuando Mis enemigos dañan a los demás; tratan de matarlos y mutilarlos, con el fin de ganar poder sobre los débiles, estos sufrirán un terrible castigo. Cuando el genocidio, de cualquier tipo, es perpetrado sobre los inocentes por adoradores del diablo, estos arderán en el Infierno y serán interceptados justo cuando crean que han tenido éxito.

La Divina Providencia siempre prevalecerá, porque no hay Poder más Imponente que Aquel Quien creó todo de la nada.

Vuestro Jesús

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