Tres años después, esta entrevista sigue siendo relevante, y no sólo por los crímenes psicopandémicos que denuncié desde entonces.
Carlo Maria Viganò
Tres años después, esta entrevista sigue siendo relevante, y no sólo por los crímenes psicopandémicos que denuncié desde entonces.
Entrevista de James Henry y Robert Moynihan
Excelencia, la pandemia y la crisis de la Iglesia bajo el pontificado de Francisco son motivo de gran inquietud para muchos fieles. ¿Cuál es su evaluación de la situación actual?
Ahora me parece claro que nos encontramos ante un asedio tanto en el frente social como en el religioso. La llamada emergencia pandémica ha sido utilizada como un falso pretexto para imponer la vacunación y el pase verde en muchas naciones del mundo, de manera simultánea y coordinada. Al mismo tiempo, en el otro frente, las autoridades eclesiásticas no sólo no condenan en lo más mínimo el abuso de poder de quienes gobiernan los asuntos públicos, sino que los apoyan en este plan perverso y llegan al extremo de condenar a quienes no aceptan ser sometidos a la inoculación de un suero genético experimental con efectos secundarios desconocidos que no confiere ninguna inmunidad contra el virus, por no hablar de las implicaciones morales relacionadas con la presencia de material genético derivado de fetos abortados, que para un católico es en sí misma una razón más que suficiente para rechazar la vacuna.
Estamos en guerra: una guerra que no se declara abiertamente, que no se libra con armas convencionales, pero una guerra de todos modos, en la que hay agresores y verdugos y víctimas, tribunales irregulares y prisioneros; una guerra en la que se utiliza la violencia en formas aparentemente legales para violar los derechos de los ciudadanos y de los creyentes. Es una guerra trascendental que es el preludio del fin de los tiempos y de la gran apostasía de la que hablan las Sagradas Escrituras.
¿Cómo se explica esta alianza entre Estado e Iglesia apoyando la narrativa de la pandemia y promoviendo las vacunas?
La alianza no es entre Estado e Iglesia, sino entre el Estado profundo y la iglesia profunda, es decir, los componentes degenerados presentes dentro de cada uno.
El Estado tiene como fin el bonum commune , tanto respecto de la ley natural como de la divina y positiva. La Iglesia tiene como fin la salus animarum, respecto de la enseñanza inmutable de Cristo. Es evidente que los gobernantes no persiguen el bien común cuando exponen a una población a una experimentación sin base científica, incluso ante la evidencia de la ineficacia de la vacuna y los daños que causa a quienes la han recibido. Y es igualmente evidente que la Jerarquía eclesiástica, en la medida en que se presta a apoyar esta masacre planificada a nivel global, es cómplice de un crimen contra la humanidad y más aún de un pecado gravísimo contra Dios. El Sanedrín bergogliano es claramente parte integrante del plan del Gran Reinicio: por un lado porque persigue fines que nada tienen que ver con el propósito de la Iglesia católica, y por otro porque espera que su complicidad pueda reportarle algún tipo de ventaja política y económica en vista del nuevo orden.
Esta complicidad criminal está a la vista de todos y se prueba aún más con la obsesiva campaña de vacunación de Bergoglio, que mediante el chantaje moral quiere imponer a todos la inoculación con un suero genético experimental. En los últimos días, ha llegado al extremo de involucrar en esta vergonzosa propaganda a cardenales y obispos tanto de América del Norte como de América del Sur, incluido el arzobispo Gómez de Los Ángeles, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Ellos también son responsables de un grave crimen contra la humanidad. Semejante sumisión escandalosa de los prelados a la infernal agenda globalista ha sido superada sólo por los recientes desvaríos heréticos del propio Bergoglio.
¿Cuál es el precio que la Iglesia de Francisco está pagando por su apoyo a la narrativa dominante?
La sumisión de la Santa Sede y de todas sus entidades periféricas a la narración de la pandemia es el pretium sanguinis de una traición escandalosa, que ve a la jerarquía eclesiástica –con algunas excepciones– completamente integrada en el plan globalista de la élite, y no sólo en la cuestión sanitaria sino también y sobre todo en lo que concierne al Gran Reinicio y a toda la estructura ideológica en la que se basa. Para ello, la jerarquía ha tenido que apostatar de la doctrina, negar a Cristo y deshonrar a Su Iglesia.
El ecologismo maltusiano, el ecumenismo irenista (que es el preludio de la constitución de la religión universal), la “cuarta revolución” teorizada por Klaus Schwab y las familias de las finanzas internacionales, encuentran en Bergoglio no un espectador neutral –lo que sería ya algo inaudito- sino un celoso cooperador, que abusa de su propia autoridad moral para sostener ad extra [fuera de la Iglesia] el proyecto de disolución de la sociedad tradicional, mientras ad intra [dentro de la Iglesia] persigue el proyecto de demolición de la Iglesia para sustituirla por una organización filantrópica de inspiración masónica. Y es escandaloso, además de motivo de gran dolor, ver que ante esta masacre despiadada y cruel la mayoría de los obispos guardan silencio, o más bien se alinean obedientemente por miedo, interés propio o ceguera ideológica.
Por otra parte, la Jerarquía actual proviene de la escuela conciliar y ha sido formada y elegida en vista de esta evolución. Además del Episcopado, todas las Órdenes Religiosas, Universidades e instituciones católicas han sido ocupadas desde el Concilio por quintacolumnas que han formado generaciones de clérigos, políticos, intelectuales, empresarios, banqueros, profesores y periodistas, adoctrinándolos en la ideología progresista. Y así como la izquierda ha hecho en la esfera política y cultural, así también dentro de la Iglesia los Innovadores han condenado al ostracismo cualquier voz disidente, han expulsado a quienes no están alineados y han expulsado a quienes se resisten.
La persecución que estamos presenciando hoy no es diferente a la de décadas pasadas, pero ahora se ha extendido a las masas, mientras que antes se centraba en los individuos y la clase dirigente. Esto se aplica tanto al mundo civil como al eclesiástico, lo que confirma el pactum sceleris [conspiración criminal] entre el estado profundo y la iglesia profunda. Me parece que en esta conspiración el papel de los jesuitas ha sido decisivo, y no es casualidad que por primera vez en la historia un religioso de la Compañía de Jesús esté sentado en el Trono de Pedro, violando la Regla establecida por San Ignacio de Loyola.
En su opinión, ¿cómo se inserta el reciente Motu Proprio Traditionis Custodes en el contexto de lo que está sucediendo a nivel mundial?
La decisión de abolir la liturgia tradicional –restituida a la Iglesia por Benedicto XVI en 2007– no es un hecho aislado y debe contextualizarse en una perspectiva más amplia. Bergoglio actúa en dos frentes: uno ideológico, con el que quiere impedir cualquier expresión de disenso respecto al fracaso del nuevo camino conciliar; y también uno espiritual, destinado a impedir la propagación del bien objetivo del Santo Sacrificio de la Misa para favorecer a quienes ven en ella un terrible obstáculo para la instauración del Nuevo Orden –Novus Ordo Sæculorum– , es decir, el reino del Anticristo.
No es posible creer que Bergoglio no comprenda claramente las consecuencias que se derivan de su decisión, o que no se dé cuenta de que privar a la Iglesia de la Misa apostólica es una ayuda a los enemigos de Cristo y al mismo demonio. Es como si un comandante de una división en pleno combate ordenara a sus soldados luchar contra los tanques utilizando hondas, deponiendo las armas más eficaces para permitir la victoria sobre el adversario.
Estoy convencido de que los fieles, numerosos sacerdotes y algunos obispos están empezando a comprender que la cuestión de la Misa tradicional no es sólo una simple diferencia de opiniones sobre cuestiones litúrgicas, y por eso se preguntan cómo es posible que Bergoglio muestre tanta furia contra un rito sacrosanto que tiene más de mil años, a menos que vea en ello una amenaza para la realización del proyecto globalista que él sostiene. Por gracia de Dios, el destino de la Iglesia no está en manos del argentino, sobre cuyos restos ya sobrevuelan los buitres vaticanos.
¿Cuál debe ser la respuesta de los ciudadanos y de los fieles?
Nos encontramos atrapados en un callejón sin salida, del que no podemos escapar mientras no lo reconozcamos como tal. Si pensamos que la crisis actual se puede resolver dirigiéndonos a la autoridad civil o religiosa, como si estuviéramos en condiciones de relativa normalidad, seguimos sin entender que la responsabilidad de esta crisis reside precisamente en una traición llevada a cabo por quienes detentan el poder. No podemos pedir justicia por un agravio que hemos sufrido si el juez que debería condenar a quienes violan nuestros derechos es su cómplice. No podemos recurrir a los políticos, esperando que revoquen la violación de nuestras libertades fundamentales, si son ellos mismos los que votan a favor de estas violaciones en los Parlamentos porque obedecen a quienes les pagan o les chantajean. Y no podemos pedir a los obispos –y menos aún a la Santa Sede– que protejan los derechos de los fieles, cuando los obispos y el Vaticano consideran nuestra petición como una amenaza al poder que ostentan y a la ideología en bancarrota que defienden.
¿No crees que tus palabras pueden sonar como una invitación a la desobediencia?
Los católicos están naturalmente orientados hacia el orden, al respeto a la autoridad y a la jerarquía, porque este orden y esta autoridad emanan de la sabiduría de Dios y son necesarios para el gobierno tanto de los asuntos públicos como de la Iglesia.
Pero precisamente porque la autoridad de los hombres viene de Dios, los católicos –como todos los ciudadanos en general– no pueden aceptar la usurpación de la autoridad por parte de quienes se fijan fines opuestos a las razones mismas por las que se constituye esa autoridad. El Señor ha puesto a la cabeza de la Iglesia al Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, designándolo como su Vicario, para que apaciente las ovejas que le ha confiado, no para que las disperse, de lo contrario habría elegido a Judas y no a San Pedro. Del mismo modo, la autoridad de los gobernantes temporales encuentra su legitimación en el buen gobierno, no en convertir a los ciudadanos en esclavos y obligarlos a hacer el mal, impidiéndoles perseguir el fin próximo de una vida honesta y el fin último de la salvación eterna. Si la autoridad falta a sus deberes, e incluso los traiciona y los subvierte, ya no tiene derecho a exigir la obediencia de sus súbditos.
La obediencia, virtud vinculada a la justicia, no consiste en una sumisión acrítica al poder, porque degenera en servilismo y complicidad con los que obran el mal. Nadie puede imponer obediencia a órdenes intrínsecamente malas, ni reconocer autoridad a quienes abusan de ella para realizar el mal. Así, quienes se resisten a una orden ilegítima desobedecen aparentemente a quien la da, pero obedecen a Dios, cuyo poder, sin embargo, es ejercido por la autoridad vicaria contra su finalidad, es decir, contra Dios mismo.
Pero ¿no deberíamos seguir defendiendo y respetando la autoridad, siguiendo la advertencia de San Pablo (Rm 13)?
San Pablo era ciudadano romano y, como tal, tenía ante sí el ejemplo de un poder regulado por leyes que más tarde formaron la base del derecho de las naciones occidentales y que también adoptó la Iglesia. La autoridad que nos gobierna hoy, en cambio, ha cancelado milenios de civilización grecorromana y cristiana, llevándonos de nuevo a la barbarie de los asirios, a la ausencia de leyes y principios absolutos a los que la misma autoridad está obligada a conformarse. Quienes detentan el poder se presentan como representantes del pueblo, pero en realidad actúan contra el pueblo, sin ninguna coacción, sin límites ni desde arriba –ya que han cancelado el origen divino del poder de quienes gobiernan– ni desde abajo, ya que no permiten a los ciudadanos elegir a sus propios representantes a menos que estén seguros de poder manipular el voto en su propio beneficio.
Quisiera subrayar esta barbarización de la ley, que, en mi opinión, es la causa de la crisis de la autoridad, de su perversión y de su descarada arrogancia. Estos tiranos, atrincherados en sus palacios vigilados por guardias armados, se comportan como Senaquerib, deificando la autoridad en sí mismos, en un delirio de omnipotencia que les garantiza la disponibilidad de medios financieros, políticos y mediáticos.
Y lo que nos deja desconcertados es que las masas se dejen tiranizar, precisamente en una época que ha hecho de la Revolución uno de los temas clave de la modernidad, hasta el punto de introducir sus principios hasta el recinto sagrado con el Vaticano II. Sin embargo, para una perspectiva genuinamente católica, el caos se manifiesta tanto en la rebelión contra la autoridad buena como en la obediencia servil a la autoridad mala, en una subversión que tenemos hoy ante nuestros ojos y que nos deja incrédulos en su arrogancia anacrónica.
¿Cómo podemos resistir concretamente a estos abusos?
En el ámbito civil, es necesario rechazar cualquier cooperación con la narrativa pandémica actual y con la emergencia climática que pronto podría reemplazarla. Desacatar regulaciones ilegítimas o que exponen a los ciudadanos a riesgos concretos para su salud es moralmente lícito y en determinadas circunstancias incluso un deber. De ninguna manera se puede poner en peligro la vida y la salud propias y de los propios hijos, ni siquiera ante la amenaza de represalias; porque en ese caso nuestra participación nos haría culpables ante Dios y merecedores de sus castigos. De ninguna manera se puede aceptar la administración de sueros genéticos experimentales, en el curso de cuya producción se han asesinado niños en el tercer mes de embarazo: su sangre caería sobre quienes los producen, así como sobre quienes los imponen y quienes los reciben. En ningún caso se debe tolerar que una pseudopandemia, cuyas víctimas son menos numerosas que las de las supuestas vacunas, se convierta en una coartada para imponer controles y limitaciones a las libertades naturales y los derechos civiles. Y si los medios de comunicación, esclavos del poder y cómplices de esta conspiración, censuran toda voz disidente, esto debería convencernos de que la sociedad distópica descrita por Orwell se está realizando hoy siguiendo un guión preciso, bajo una dirección única. Lo denuncié en mi Llamamiento del año pasado, y nadie que lo lea hoy puede acusarme de haber dado alarmas injustificadas.
No olvidemos que desde 2010 la Fundación Rockefeller ha previsto cuatro escenarios para estos años, uno de los cuales era el de la pandemia “ lockstep ”. Se han estudiado hojas de ruta para todos estos escenarios, y es inquietante ver cómo el relativo a la pandemia ha resultado esencialmente como se esperaba (ver Escenarios para el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional , aquí ). Los miles de incendios provocados en todo el mundo en los últimos días están proporcionando a los grandes medios de comunicación el pretexto para gritar sobre la emergencia climática, en nombre de la cual ya nos están advirtiendo que tendremos que prepararnos para nuevos confinamientos y nuevas formas de limitación de nuestras libertades y nuestros derechos. Pero luego vendrá el ciberataque global o la crisis económica, que ya han sido estudiados y previstos, y cuyos primeros signos podemos observar. Todas estas estrategias tienen como objetivo atacar al individuo –aislado y atacado en su emocionalidad, en sus ritmos cotidianos, en su trabajo– y también atacan a las masas de forma indiferenciada y anónima.
Los disidentes, es decir, los que no aceptan que se les convierta en conejillos de indias y que se vea diezmada la población mundial transformándola en una masa de enfermos crónicos, deben comprender que la desobediencia es tan necesaria como lo fue en tiempos de otras dictaduras del siglo pasado, y aún más. Es desconcertante que, después de haber construido la retórica de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial sobre el antinazismo, nadie parezca reconocer que la misma discriminación que hizo posible los campos de concentración está resurgiendo ahora bajo una forma más despiadada. Uno se pregunta si los regímenes totalitarios del siglo XX no constituyeron un experimento preparatorio de lo que está sucediendo hoy, empezando por el Estado de Israel.
¿Podría darnos un ejemplo, Excelencia?
Creo que es importante abrir los ojos a la gente, mostrándoles el engaño al que nos enfrentamos. Se trata de un engaño basado en premisas falsas , ingeniosamente creadas e impuestas de manera dogmática, para legitimar soluciones falsas que ya han sido planificadas e implementadas.
La pandemia pretendió imponer un control social que en condiciones normales habría sido rechazado con desdén por las masas, pero que, gracias al terrorismo mediático y a la complicidad de médicos, políticos, magistrados y fuerzas de seguridad, pudo introducirse en muchas naciones e incluso en las mismas instituciones eclesiásticas: en Santa Marta [la residencia donde vive Bergoglio] no se puede comer en la cafetería sin un pase verde, y en muchas escuelas y universidades católicas se exige la vacuna a todo el personal y a los estudiantes. Pronto nos pedirán el pasaporte de vacunas para viajar, para entrar en las oficinas públicas, para votar y para ir a la iglesia.
Quiero ser muy claro en este punto: sin comprender la dimensión del problema, sin reconocer a sus autores y discernir sus fines, nunca podremos salir de él. Porque el Señor, para venir en nuestra ayuda, quiere que reconozcamos el mal que nos oprime y entendamos qué lo causa, para luego poder pedirle perdón y hacer penitencia. Y la causa de este infierno en la tierra es haber abandonado a Dios, haberlo negado en su Señorío temporal y espiritual, haber usurpado la corona para dársela al Enemigo. Cuando comprendamos que la sociedad actual, en su delirio de poder pisotear la Cruz de Cristo, se ha hecho esclava de Satanás, sólo entonces podremos invocar la misericordia de Dios e implorar su intervención.
¿Cuáles son los poderes que mueven los hilos de este asalto a la civilización occidental y al cristianismo?
La respuesta es demasiado sencilla. En primer lugar, como cristianos, sabemos que esta guerra trascendental la libra Satanás, el enemigo de la humanidad. Detrás de los hacedores de iniquidad siempre está él, asesino desde el principio. Poco importa que los cooperadores de este plan sean empresas farmacéuticas o altas finanzas, organizaciones filantrópicas o sectas masónicas, facciones políticas o medios de comunicación corruptos: todos ellos, conscientes de ello o no, colaboran en la obra del Diablo.
El pecado, la enfermedad y la muerte son la marca inconfundible de su obra. El pecado, la enfermedad y la muerte no como un mal que hay que curar, sino como una respuesta perversa, como el único supuesto remedio para traer la vida y la salud material y espiritual a los hombres. Es más, como una normalidad para quienes ya no viven en la economía de la Redención, sino en la esclavitud de Satanás que quiere hacer irreversibles los efectos del pecado original y el Sacrificio de Cristo ineficaz. Hasta el punto de que los sanos han llegado a ser considerados como potenciales enfermos, como propagadores de la peste, como propagadores de la muerte; y viceversa, los vacunados –que son contagiosos– como los únicos supuestos sanos. Hasta el punto de que el propio clero se atreve a anteponer la salud del cuerpo al deber de administrar los sacramentos y celebrar la Misa: la abyecta cobardía de muchos sacerdotes y obispos, durante los recientes confinamientos, ha sacado a la luz un cuadro desolador de timidez, más aún, de traición y de falta de fe entre los miembros del clero que muestra, si alguna vez fuera necesario, las proporciones del daño causado por la revolución conciliar.
Porque esto es lo absurdo de lo que hemos visto pasar desde hace un año y medio: la respuesta a una gripe estacional ha consistido en la prohibición de tratamientos eficaces y la imposición de terapias experimentales con nuevas tecnologías genéticas que, si bien no curan las consecuencias del virus, provocan modificaciones genéticas y efectos secundarios, infartos y miocarditis, muertes de personas por lo demás sanas o que podrían recuperarse con los tratamientos disponibles. Y a esto se añade, como un ritual infernal, el uso de un suero genético elaborado con fetos abortados, como para renovar los sacrificios humanos de los paganos con un nuevo giro de salud, propiciando el Nuevo Orden venidero con vidas de inocentes. Y mientras el Bautismo cristiano limpia el alma del pecado y nos hace hijos de Dios en su carácter sacramental, el bautismo satánico marca a quienes lo reciben con la marca de la Bestia.
Cómo los católicos pueden someterse a la vacuna como una especie de bautismo satánico sin ningún escrúpulo de conciencia sigue siendo una pregunta a la que hay que dar una respuesta. Ciertamente, décadas de cancelación sistemática de la Fe y la Moral en los fieles, en nombre de un diálogo con el mundo y con la modernidad, han permitido a las almas perder toda referencia sobrenatural, dejándose embrutecer por un sentimentalismo informe que no tiene nada de católico. La castración de las almas tuvo lugar en el momento en que el certamen cristiano contra el mundo, la carne y el diablo se pervirtió en una retirada indecorosa, más aún, en una deserción cobarde. Muchos, que antes eran soldados de Cristo, se encontraron ahora como cortesanos afeminados del adversario.
Excelencia, ¿no le parece que decir que la vacunación representa una especie de bautismo satánico puede sonar un poco fuerte para muchos católicos que se han dejado persuadir, de buena fe, a recibir la vacuna?
Gracias por hacerme esta pregunta, que me permite aclarar mi pensamiento y animar a aquellos fieles que, por diversos motivos, han recibido las vacunas.
Mi afirmación sobre el simbolismo satánico de la vacuna y sobre el hecho de que puede representar una “marca de la Bestia” se refiere a las intenciones de quienes han decidido crear una pandemia para poder utilizarla maliciosamente como pretexto para la realización del Gran Reinicio en preparación para el establecimiento del Nuevo Orden Mundial. Es la élite luciferina la que da esta connotación casi esotérica a la vacuna, además de atribuir características rituales y litúrgicas a toda la pandemia. Mi intención era expresarme como una hipérbole, con el objetivo de resaltar los aspectos más inquietantes de toda la farsa pandémica.
[ Nota del traductor : La hipérbole es el uso de “una figura retórica en la que se emplea la exageración para dar énfasis o efecto, como en ‘podría dormir durante un año’ o ‘este libro pesa una tonelada’”; la hipérbole es “en retórica, una exageración obvia; una declaración o afirmación extravagante que no pretende ser entendida literalmente”.]
Por el contrario, el simple creyente que, incluso por consejo de su párroco o director espiritual, o bajo la presión de los medios de comunicación y de las instituciones sanitarias, se deja persuadir a recibir una inoculación, no tiene culpa, ni se le puede atribuir la grave responsabilidad de querer, con esa vacuna, apostatar de la fe católica y ser marcado con la “marca de la Bestia”.
También hay que recordar que –como ha sucedido también con personas que conozco y con algunos de mis familiares– la administración del suero genético se ha impuesto a menudo bajo amenaza o coacción, permitiendo a las personas poder utilizar determinados servicios, poder acceder a determinados lugares o incluso –como sucede hoy en Italia– poder conservar el propio trabajo sólo si se posee un pasaporte sanitario y se ha recibido la llamada vacuna. Incluso muchos sacerdotes, para ejercer su ministerio y poder acceder a hospitales o centros de acogida para administrar los sacramentos, se han visto obligados a vacunarse, a menudo por orden de su obispo.
Es desconcertante que la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) se haya prestado a actuar como caja de resonancia de la “Iglesia profunda” y de su cabeza, en un momento en el que una intervención clarificadora precisa e inequívoca habría sido útil y necesaria. En cambio, vemos con qué prisa la CDF se ha apresurado a dar legitimidad moral a medicamentos experimentales sin siquiera conocer sus componentes, ya que están cubiertos por el secreto industrial; con qué facilidad se ha declarado moralmente aceptable el uso de líneas celulares derivadas de abortos, distorsionando la enseñanza católica con el único fin de complacer a Bergoglio y a la narrativa de la pandemia. “Muchas herejías morales de nuestro tiempo también contienen citas de Santo Tomás y de otros Doctores de la Iglesia”, observó acertadamente el obispo Athanasius Schneider en su reciente entrevista (aquí). Esta prisa, en perfecta sintonía con el clima de emergencia que ha legitimado decisiones desafortunadas incluso por parte de las autoridades civiles, bajo la presión de la industria farmacéutica, ha hecho que la Nota de la Congregación parezca superficial e incompleta, porque no tiene en cuenta los graves efectos secundarios, tanto a corto como a largo plazo, del suero genético. La Congregación guarda silencio sobre los abortos inducidos a madres embarazadas, que han aumentado de forma exorbitante; guarda silencio sobre el riesgo de esterilidad inducido por el suero; guarda silencio sobre las graves patologías y muertes que provoca en niños y jóvenes, que son también los menos expuestos al riesgo de hospitalización a causa del Covid.
Por último, la nueva tecnología del ARNm que se está utilizando ampliamente por primera vez en seres humanos es un tratamiento que no puede ser realmente descrito como una “vacuna”, sino como una sustancia farmacéutica o terapia que hasta ahora ha sido claramente ineficaz y ha tenido efectos secundarios nocivos; y nadie puede decir con certeza qué cambios genéticos a largo plazo causará la inoculación de la proteína Spike. La ineficacia demostrada de estas “vacunas” las priva de la licitud que inicialmente les concedió la Congregación, ya que el peligro al que se expone el paciente es desproporcionado con respecto al beneficio –mínimo o inexistente– que inicialmente se decía que aseguraban. A pesar de todos estos argumentos, Bergoglio se ha convertido en un testimonio activo de estas “vacunas”, demostrando con este respaldo el vínculo intrínseco que une a la “Iglesia profunda” y al “Estado profundo”. Si la Congregación para la Doctrina de la Fe no quiere perder totalmente su autoridad moral, es necesario revisar esta cuestión a la luz de los datos ahora disponibles y de la evidencia científica reconocida por la comunidad científica, incluso si los datos y la evidencia son censurados por los grandes medios de comunicación.
Las implicaciones del suero genético son esencialmente morales y, como tales, no pueden considerarse marginales, aunque de su aceptación dependa el ejercicio normal de las actividades cotidianas o la posibilidad de ejercer el ministerio sacerdotal. Mi hermano Mons. Schneider afirma: “Un rechazo inflexible e inequívoco a cualquier colaboración con la industria fetal es análogo al rechazo inflexible de cualquier colaboración con el culto a los ídolos o a la estatua del Emperador por parte de los cristianos de los primeros siglos”. Pero ¿qué intransigencia podemos esperar, cuando Bergoglio acusa de “rigidez” y “fundamentalismo” a quienes quieren permanecer fieles al Magisterio y no pierde ninguna oportunidad para burlarse e insultar a quienes no aceptan las desviaciones que él impone con un autoritarismo opresivo?
Sin embargo, quisiera recordar a quienes se han vacunado que, cuando no se tiene conocimiento de la naturaleza del suero genético experimental o cuando se ha confiado de buena fe en las autoridades civiles y eclesiásticas, creo que de ningún modo el fiel individual debe sentirse “culpable” por haberse vacunado. De hecho, la doctrina católica nos enseña que cualquier acto realizado sin plena comprensión y sin consentimiento deliberado no puede considerarse moralmente pecaminoso: esto es cierto también en el caso específico de las llamadas vacunas.
Queda por encima de todo la gravísima responsabilidad moral de quienes, constituidos en autoridad, han ejercido presiones sobre sus súbditos –tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico– para persuadirles de que se sometan a la vacunación. Las consecuencias para la salud de todos, incluidas las muertes y las discapacidades permanentes, pesan como piedras sobre la conciencia de las autoridades sanitarias y, más aún, sobre la jerarquía eclesiástica, que deberá responder ante Dios de sus propias faltas y de las que ha permitido que se cometieran contra sus súbditos.
Oremos para que el Señor preserve a sus hijos de aquellos daños que, con culpable superficialidad o, peor aún, con criminal complicidad, se han causado a tantas personas inocentes, que han confiado en la autoridad y en la palabra de quienes respectivamente tienen la responsabilidad de la protección de la salud del alma y del cuerpo.
¿Cuáles son los principales problemas que la Iglesia debe afrontar hoy?
El humo de Satanás entró en la Iglesia hace más de sesenta años con el Concilio, y yo diría incluso antes: la revolución del Vaticano II fue posible porque fue preparada y organizada en los más mínimos detalles, durante decenios, por traidores que se habían infiltrado en la Curia romana, en las diócesis, en las universidades, en los seminarios, en las órdenes religiosas. Una obra de infiltración que ha encontrado a las más altas esferas de la Iglesia inertes y desprevenidas, embriagadas por los vientos de la novedad, inadecuadas ante los desafíos de la sociedad moderna, aquejadas de un sentimiento de inferioridad que les ha llevado a creerse atrasadas y pasadas de moda. Y esto, hay que reconocerlo, encuentra su causa principal en la falta de una visión sobrenatural, en haber descuidado la vida de la Gracia en beneficio de un activismo disipado, de un apostolado estéril precisamente porque no se alimenta de la oración y no se nutre de la Caridad, que es el amor de Dios.
Lo mismo sucede hoy, frente a un predominio pseudocanónico con el que se imponen limitaciones ilegítimas a un rito que, incluso considerando solo su antigüedad, está de por sí exento de cualquier posibilidad de abolición.
El problema de la Iglesia conciliar –que, como he dicho varias veces, se superpone a la Iglesia de Cristo como la luna cubre al sol durante un eclipse– es que ha querido llegar a un acuerdo con el mundo, cuando el Evangelio nos enseña que nuestro destino es ser odiados y perseguidos por el mundo: « Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros » (Jn 15,18); « Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán » (Jn 15,20); « El discípulo no es superior al maestro, ni el siervo superior al Señor » (Mt 10,24). La Jerarquía conciliar ha sucumbido a la tentación de elegir el camino fácil del diálogo, en lugar de recorrer con valentía el camino de la Cruz, y esto la ha llevado a renunciar al anuncio del Evangelio, adulterándolo, adaptándolo al espíritu del mundo. No olvidemos que Satanás es llamado por Nuestro Señor “el príncipe de este mundo ” (Jn 12,31 y 16,11).
Y sin embargo, ante el colosal fracaso de esta pretendida “primavera conciliar”, se insiste con obstinación tetragonal en un camino que se ha revelado suicida. Si el Vaticano II hubiera al menos aumentado el número de fieles, se podría criticar su método pero al menos reconocer su beneficio numérico, si no cualitativo. En cambio, la pretendida “apertura” del Concilio no ha convertido a un solo hermano separado, provocando el abandono de un número exorbitante de fieles. Quienes permanecen hoy en la Iglesia tienen un conocimiento de la Fe casi siempre lleno de lagunas, incompleto y erróneo; su vida espiritual es pobre, si no completamente ausente; y el estado de Gracia está aniquilado y descuidado.
¿Dónde está –me pregunto– ese rotundo éxito del Vaticano II, sobre cuya base deberíamos continuar por el camino emprendido, después de haber abandonado el camino real que siguieron los Romanos Pontífices hasta Pío XII? Bastaría incluso una evaluación humana para comprender el fracaso de la ideología conciliar y la necesidad de reparar el error cometido.
Y debemos preguntarnos –quizás sin piedad, pero siempre con honestidad y realismo– si la pretendida renovación no era más que un pretexto, tras el cual se escondía la lúcida y maliciosa intención de destruir la Iglesia de Cristo y sustituirla por una falsificación: una intención ciertamente no comprendida ni compartida por la mayoría de los obispos, pero que emerge clara y evidentemente en la acción de algunos traidores organizados y eficientes. No es casualidad que hablen de la vieja religión y de la vieja misa , en contraste con la nueva religión conciliar y la nueva misa reformada . Ese surco, que han cavado deliberadamente utilizando el Concilio como reja de arado, hoy se muestra real, como un discrimen que separa lo que es católico de lo que ya no es católico, quién es católico de quién ya no quiere serlo.
¿En qué se diferencia, Excelencia, la Iglesia conciliar de la Iglesia católica?
El problema de la iglesia conciliar radica en haber hecho suyas las reivindicaciones revolucionarias, negando la Realeza de Cristo y transfiriendo –al menos de palabra– la soberanía al pueblo, a quien la élite clerical ha convencido de que puede elegir qué verdades rechazar y qué nuevos dogmas inventar. Y señalo que, exactamente como ocurrió en los asuntos públicos, así también en el ámbito eclesial el poder ha sido usurpado por nuevas entidades con fines opuestos a aquellos para los que se establece la autoridad; y siempre considerando al pueblo como una masa a manipular y someter. Las modalidades con las que se ha impuesto la reforma litúrgica no son distintas a las con las que hoy se nos impone el pase verde : siempre para nuestro bien, siempre porque hay quienes deciden por nosotros, siempre diciéndonos mentiras para ocultar sus verdaderas intenciones.
Si su verdadero fin fuera el bien de las almas, habrían tenido que arrepentirse desde el principio, mirando con horror el desastre que se ha producido. Pero si el fin es verdaderamente el desastre, se comprende el odio y la aversión hacia todo lo que pretenda limitarlo y reparar el daño. Visto así, perseverare diabolicum [perseverar es diabólico]. Y esto vale tanto para la obstinación en lo que respecta al Concilio como para la obstinación en lo que respecta a la farsa pandémica.
Mucha gente tiene una visión positiva de la Ilustración, pero pocos saben que en su época el término Ilustración era sinónimo de iluminismo y que está ligado a la misma fuente ideológica que la masonería. ¿Podrías explicarnos la relación de la Ilustración con la masonería?
La masonería es el cuerpo místico de Satanás, porque Satanás es la entidad que adora en sus niveles más altos de iniciación. La “iluminación” que promueve a sus miembros consiste en someterlos al culto cultual de un Gran Arquitecto, que muestra sus rasgos infernales solo cuando ya no se es capaz de volver atrás. La Ilustración, como otros movimientos filosóficos, fue el instrumento cultural e ideológico con el que la masonería corrompió a las élites europeas y movilizó a las masas a la rebelión contra la autoridad de los Soberanos y también la autoridad de los Romanos Pontífices. Las numerosas encíclicas que condenan a la infame secta demuestran la sabiduría de la Iglesia y la lucidez del juicio de los Papas, así como revelan las infiltraciones y complicidades de la Jerarquía conciliar.
Pero la Ilustración también está ligada a las filosofías orientales.
Las filosofías neopaganas y las corrientes del espiritualismo oriental han introducido en nuestra sociedad una valoración positiva de conceptos que se originaron en una matriz gnóstica y masónica. No es casualidad: muchos de estos movimientos no son otra cosa que la declinación religiosa de los principios filosóficos de la Ilustración, del relativismo, del subjetivismo, del liberalismo y de todos los errores modernos. Así, la iluminación de Buda –que consiste en una especie de conciencia de la propia divinización o de la propia aniquilación en un todo panteísta– encuentra su correspondiente en la blasfema Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que se convierte en el centro del mundo después de haber derrocado a Jesucristo.
La verdadera religión defiende la individualidad de cada persona en su relación íntima con su Creador, Señor y Redentor y en sus relaciones con sus semejantes. En cambio, en la nueva concepción antropocéntrica, el individuo queda anulado en una masa indistinta en la que el Estado es amo y señor de sus ciudadanos, y esto ha sentado las bases del socialismo, el comunismo, el nazismo y el actual globalismo transhumanista. No pasará inadvertido que, en consecuencia, el enfoque antropocéntrico y comunitarista es el sello distintivo del Novus Ordo, en marcado contraste con la visión teocéntrica de la Misa Tradicional.
Quisiera recordar que el budismo, en particular el budismo de la Soka Gakkai Internacional , es una especie de versión oriental del pensamiento ecuménico conciliar, y no es de extrañar que su presidente, Daisaku Ikeda, haya colaborado con Aurelio Peccei y el Club di Roma precisamente para dar al movimiento una impronta religiosa que predisponía a sus adeptos a principios masónicos y globalistas, impregnados de panteísmo ecológico y pacifismo, que hoy la iglesia bergogliana ha adoptado como propios ( aquí ). Todos los principios profesados por la Soka Gakkai coinciden con los principios del globalismo y del Nuevo Orden Mundial, tomando prestados en gran medida del mismo léxico ( aquí ). También es interesante notar que la Soka Gakkai representa una “herejía” del budismo tradicional, exactamente de la misma manera que la religión conciliar es herética con respecto al catolicismo romano o el sionismo con respecto al judaísmo ortodoxo. Cuando el proyecto de la Religión Universal se haga realidad, los fieles de las religiones que no acepten la visión masónica y globalista quedarán excluidos. Pero ya ahora asistimos a un verdadero descremado, por así decirlo, entre progresistas y fundamentalistas.
¿Fueron auténticas las promesas de la Ilustración –principalmente libertad, fraternidad e igualdad– o fueron engaños para corromper y subvertir a las monarquías, la aristocracia y la Iglesia?
Como todo lo que no procede de Dios, también el pensamiento de la Ilustración es mendaz y falso, pues promete un paraíso inalcanzable en la tierra, una utopía humana basada en un inmanentismo que contradice la realidad objetiva de un Dios personal y trascendente. Los principios de la Ilustración son quimeras: falsificaciones grotescas. La libertad masónica es libertinaje; la fraternidad masónica es un pacto entre conspiradores contra Dios; la igualdad masónica es un miserable aplanamiento de la individualidad y una negación del orden social y religioso. Y es también significativo que los mismos que propagan la igualdad consideren también la pertenencia a la logia masónica como una condición de privilegio que los coloca en una posición de superioridad moral respecto de las masas no iniciadas.
¿Cómo los principios revolucionarios inspirados por la masonería condujeron a la creación del Estado moderno? ¿Cuál es el siguiente paso para alcanzar su objetivo de una nación global o un gobierno mundial único?
El Estado moderno nació de la conspiración política, social y religiosa de las sectas masónicas que querían cancelar la Realeza de Nuestro Señor, primero de la sociedad civil mediante la Revolución Francesa, y luego de la Iglesia mediante el Vaticano II. El concepto mismo de democracia y soberanía popular, además de ser un engaño para el pueblo, se originó en un contexto anticatólico y anticristiano, en clara antítesis al poder de los Soberanos como expresión vicaria del poder de Dios sobre los asuntos públicos.
En el orden cristiano, el Soberano ocupa el lugar de Cristo en los asuntos temporales, y la autoridad del Soberano se mueve dentro de los límites de la ley natural, la ley divina y la ley positiva que el Soberano debe estipular. El concepto de bonum commune está ligado indisolublemente a la ley natural y a la Verdad revelada, y como tal se aplica en todos los tiempos y lugares; mientras que en el Estado moderno las masas deciden lo que es bueno sobre la base de una mayoría numérica al menos aparente o, como sucede hoy, en la paradoja de una minoría más organizada que se impone ideológicamente gracias a la complicidad de los potentados mediáticos y económicos.
El plan infernal de cancelar el cristianismo no podía prescindir de la destrucción de las monarquías católicas, como ha ocurrido en los últimos dos siglos y medio. Y a falta de principios inmutables que regulen la vida de los ciudadanos según la moral católica, la masonería ha sido capaz de corromper generaciones enteras, adoctrinándolas en un falso concepto de libertad, en cuyo nombre ha hecho al hombre rebelde al orden querido por Dios –la jerarquía es un orden sagrado– e indócil a la Redención realizada por Nuestro Señor. La libertad de religión, junto con la nefasta libertad de prensa y de opinión, sirvió también para insinuar la idea de que el hombre es moralmente libre de abrazar cualquier credo o ideología que escoja, sin que esta elección tenga consecuencia alguna para el destino eterno de su alma inmortal y el destino de la sociedad entera.
Obviamente se trata de conceptos que después de siglos de lavado de cerebro son difíciles de entender para la mentalidad de nuestros contemporáneos, sobre todo después de que el Vaticano II los hiciera suyos, negando las condenas que estas ideas habían merecido por parte de la Iglesia.
En este sentido, podemos creer que el Nuevo Orden Mundial se organizará en una sinarquía, un gobierno único, en el que el poder será inicialmente delegado a un pequeño círculo para luego transformarse en una tiranía que estará encabezada por el Anticristo. No olvidemos que Satanás sabe muy bien cuán eficaz es el sistema monárquico en el ejercicio del gobierno: lo que no acepta es que quien gobierne sea Jesucristo por medio de su representante, porque también en esto Satanás quiere usurpar el lugar del Hijo de Dios.
¿Querría Su Excelencia dejarnos un mensaje de esperanza en esta situación que humanamente parece desesperada?
Quisiera fortalecer el corazón de todos los que me escuchan, utilizando las palabras que ya he utilizado muchas veces. Basta repetir las palabras del Señor –portæ inferi non prævalebunt– para encontrar la serenidad. Son palabras que conocemos bien y que, a partir de ellas, nos permiten saber que la victoria final pertenece a Dios. Pero, al mismo tiempo que consideramos las verdades escatológicas, es comprensible que nos preocupemos por nuestro destino más inmediato, es decir, por lo que nos sucederá en los próximos meses y años. Nos preocupamos por nuestros seres queridos, nuestros hijos, nuestros mayores. Nos preocupamos por lo que nos sucederá dentro de algunas semanas, porque cada día los gobernantes imponen nuevas normas, límites y obligaciones. Y si muchos factores nos hacen pensar que nos estamos acercando al fin de los tiempos, esto no disminuye nuestro sufrimiento por el presente y el futuro inmediato.
Mi primer pensamiento se dirige a las palabras de Nuestro Señor: “ No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que tiene poder para hacer perecer el alma y el cuerpo en la Gehena ” (Mt 10,28). La vida de la Gracia, la amistad con Dios y la recepción frecuente de los Sacramentos son para nosotros una medicina invencible contra la plaga espiritual que golpea a la humanidad. No nos dejemos asustar por las amenazas inminentes: cuando el demonio ruge, significa que el Señor no le permite morder. Tenemos a nuestro lado a la Santísima Virgen, que es nuestra Madre y Nuestra Reina. Nos encomendamos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos a su protección, seguros de que Ella sabrá cómo golpear a ese león voraz como se merece. “ Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos esparcidos por el mundo están sufriendo los mismos sufrimientos ” (1 Pe 5,9).
Además de la pandemia, las vacunas y el pasaporte sanitario, muchos fieles están preocupados por el destino de aquellas comunidades que están ligadas a la misa en latín.
También en este caso, el león rugiente que amenaza con represalias y excomunión ya no tiene dientes. Los fieles y los sacerdotes han comprendido muy bien que sus amenazas, su furia iconoclasta y su odio ahora descarado contra la Misa católica lo han revelado como realmente es. ¿Qué puede hacer con un sacerdote que sigue celebrando el Santo Sacrificio? ¿Suspenderlo a divinis o incluso excomulgarlo? ¿Expulsarlo de la parroquia? ¿Reducirlo al estado laico? Esto no impedirá que los buenos sacerdotes continúen su apostolado en la clandestinidad, con humildad y constancia. No es la primera vez y tal vez no sea la última. Y quienes han comprendido lo que está en juego –la salvación eterna– no se dejarán intimidar por los gritos indecorosos de Santa Marta.
Exhorto también a los fieles a acoger y ayudar a estos sacerdotes con gratitud, animándolos a no ceder ante la persecución. Invito a los fieles a construir altares domésticos, en torno a los cuales reunir a sus hermanos en la fe para alimentarse del Pan de los Ángeles. Las gracias inconmensurables de la Santa Misa se derramarán copiosamente sobre nuestras pequeñas comunidades, sobre la Iglesia y sobre el mundo. Oremos para que el buen clero permanezca fiel a su vocación, para que los tibios encuentren en el Alimento divino el coraje de predicar la Palabra oportuna e importuna , para que quienes han olvidado el valor de su Unción Sacerdotal se conviertan y enmienden su conducta.
En la persecución las gracias siempre se multiplican, la ceguera espiritual se abre a la contemplación de la Verdad y del Bien, y la dureza de corazón se funde en docilidad a la voz de Dios.
Agosto – Septiembre 2021
Será solo cuando la Santa Eucaristía sea abolida por completo, que el Anticristo entrará en Mi Iglesia
Mensaje del Libro de la Verdad 🏹
15 de marzo de 2014
A medida que la apostasía ondula a través de Mi Iglesia, la prueba más grande de todas, se colocará delante de todos los que me sirven, desde dentro de ella. Las crisis dentro de Mi Iglesia en la Tierra significará que muchos sacerdotes van a sufrir de un terrible dilema. La fe de muchos de ellos ya se ha visto sacudida y ellos tendrán que elegir si desean o no aceptar una nueva doctrina sustituta, que sustituirá a la Palabra, o permanecer fieles a la Fe Verdadera. Incluso los más devotos entre ellos, se sentirán abrumados por las fuertes voces de los impostores y comenzarán a cuestionar la relevancia de Mis Enseñanzas en el mundo actual, donde se ha declarado que el pecado ya no tiene ningún significado.
El camino está siendo preparado para que las semillas sean sembradas y el hijo de Satanás pronto estará listo para abrazar la nueva falsa iglesia. Mi Iglesia sufrirá un período de terrible oscuridad y Mi Crucifixión será soportada por cada alma que se mantenga fiel a Mí. Mis enemigos harán declaraciones absolutas y radicales, exigiendo que todo lo que es un insulto a Mi Santo Nombre, será declarado aceptable a los ojos de Mi Iglesia. Muy pocos de los clérigos lucharán contra la profanación a causa del pecado de cobardía, pero sabed esto: si ellos participan en los sacrificios falsos, falsos sacramentos y enseñanzas falsas, que luego tratarán de imponer a Mis fieles seguidores, Yo declararé que ellos ya no son dignos de estar delante de Mí.
Gran parte del daño, que se infligirá a la gente común, será por las manos de los que han entrado en Mi Iglesia por medios falsos. Cuando os digan que Mi Cuerpo significa algo más que Mi Cuerpo Físico, entonces sabed que la Santa Comunión, que recibiréis, no va a ser de Mí. Nunca debéis permitir que ellos cambien el significado de la Sagrada Eucaristía. Será solo cuando la Santa Eucaristía sea abolida por completo, que el anticristo entrará en Mi Iglesia y se hará cargo de ella. Este es el día en que sabréis que el mundo de la política se fusionará con las iglesias cristianas de todo el mundo y que Yo ya no voy a estar presente en su interior. Mi Iglesia, sin embargo, nunca puede morir y así, será Mi Remanente quien mantendrá Mi Luz brillante y Mi Presencia viva, y muchos tendrán que buscar Iglesias ocultas y a aquellos siervos consagrados Míos que, por la Gracia de Dios, se las arreglen para mantener Mi Iglesia intacta.
Nunca asumáis que el hijo de Satanás, el anticristo, aparecerá agresivo o como un dictador malvado, porque ese no va a ser su estilo. En vez de eso, tendrá muchos amigos. Él será amado por muchos gobiernos, así como por los enemigos dentro de Mi Iglesia, que aplaudirán todos sus movimientos, en voz alta, hasta que se le de una posición de honor dentro de Mi Iglesia. Cardenales, obispos y otros miembros de Mi Iglesia hablarán de él constantemente y lo alabarán en sus homilías. Su poder de seducción será tan grande que va a ser hipnótico. Él, a través del poder sobrenatural de Satanás, atraerá a todos aquellos que toman decisiones dentro de Mi Iglesia, hasta que con el tiempo, se inclinarán ante él, como si él fuera Yo.
Será a través de los miembros ambiciosos del clero, quienes habrán caído en su fe, pero que todavía, sin embargo, han sido bendecidos con el Don de las Sagradas Ordenes, que el anticristo va a ganar potencia extra. Él se acercará a partir de estos pobres traidores equivocados Míos, el último segmento del poder desde dentro de Mi Iglesia, hasta que todo esté listo para que él entre en ella, como su nuevo líder. Durante todo este período de oscuridad, Mis enemigos, con una manera relajada y encantadora, tendrán una extraordinaria capacidad para presentar la mentira como la Verdad. Solo aquellos que continúen orando por protección y que denuncien a Satanás, en todos los sentidos que se les ha enseñado, podrán escapar de las garras del anticristo.
Vuestro Jesús
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